viernes, 16 de marzo de 2012

LA TEORÍA DE LA PERMANENCIA Y LOS MONUMENTOS. (III)

Esta persistencia y permanencia viene dada por su valor constitutivo; por la historia y el arte, por el ser y la memoria.
Más adelante expondré varias consideraciones sobre los monumentos.
Aquí podemos constata’ finalmente la diferencia de la permanencia histórica en cuanto forma de un pasado que experimentamos aún y la permanencia como elemento patológico, como algo aislado y anómalo.
Esta última forma está constituida en gran parte y ampliamente por el «ambiente», cuando el ambiente es concebido como el permanecer de una funcion en si misma aislada en lo sucesivo de la estructura, como anacronismo respecto de la evolución técnica y social. Es notable que, generalmente, cuando se habla de ambiente nos
refiramos a un conjunto predominantemente residencial. En este sentido, la conservación del ambiente va contra el proceso dinámico real de a ciudad; las llamadas conservaciones ambientales están en relacion con los valores de la ciudad en el tiempo como el cuerpo embalsamado de un santo lo está a la imagen de su personalidad histórica.
En las conservaciones ambientales hay una especie de naturalismo urbano; admito que ello pueda dar lugar a imágenes sugestivas y que, por ejemplo, la visita a una ciudad muerta (admitido que esto pueda suceder en ciertas dimensiones) puede ser una experiencia única, pero m s encontramos aquí completamente fuera de un pasado que experimentamos todavía. También estoy dispuesto a admitir que reconocer sólo a los monumentos una intencionalidad estética efectiva hasta ponerlos como elementos fijos de una estructura urbana pueda ser una simplificación; es indudable que hasta admitiendo la hipótesis de la ciudad como manufactura y como obra de arte en su totalidad se pueda encontrar una legitimidad de expresión igual en un edificio de viviendas o en cualquier obra menor que en un monumento. Pero cuestiones de este tipo nos llevarían demasiado lejos; aquí sólo quiero afirmar que el proceso dinámico de la ciudad tiende más a la evolución que a la conservación, y que en la evolución los monumentos se conservan y representan hechos propulsores del mismo desarrollo. Y esto es un hecho verificable, lo queramos o no.
Me refiero, naturalmente, a las ciudades normales que tienen un proceso de desarrollo ininterrumpido; los problemas de las ciudades muertas se relacionan sólo tangencialmente con la ciencia urbana, están más bien relacionadas con el historiador y el arqueólogo. Pero considero al menos abstracto el querer reducir o considerar los hechos urbanos como hechos arqueológicos.
Además, he intentado ya demostrar que la función es insuficiente para definir la continuidad de los hechos urbanos, y si el origen de la constitución tipológica de los hechos urbanos es simplemente la función, no se explica ningún fenómeno de supervivencia; una función está siempre caracterizada en el tiempo y en la sociedad; lo que depende estrictamente de ella no puede sino ir unido a su desarrollo.
Un hecho urbano determinado por una función solamente no es disfrutable fuera de la explicación de aquella función. En realidad, nosotros continuamos disfrutando de los elementos cuya función ya se ha perdido desde hace tiempo; el valor de estos hechos reside entonces únicamente en su forma. Su forma participa íntimamente de la forma general de la ciudad, es por así decirlo una variante de ella; a menudo estos hechos van estrechamente vinculados a los elementos constitutivos, a los fundamentos de la ciudad, y éstos se reencuentran en los monumentos. Basta introducir los elementos principales que emergen en estas cuestiones para ver la extrema importancia del parámetro del tiempo en el estudio de los hechos urbanos; pensar en un hecho urbano cualquiera como algo definido en el tiempo constituye una de las aproximaciones más graves que es posible hacer en el campo de nuestros estudios.

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