martes, 8 de mayo de 2012

En busca de una cultura arquitectónica

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“En definitiva, las aportaciones críticas desde áreas de conocimiento no arquitectónicas, como la sociología, la filosofía, la antropología o el arte permiten desvelar el papel que la arquitectura ha cumplido como instrumento de poder”.

Josep María Montaner y Zaida Muxi (Arquitectura y poder)

La ciudad es el más grande invento de la humanidad; a riesgo de exagerar, tal vez sea incluso un invento mayor a la rueda, pues las civilizaciones prehispánicas en Latinoamérica construyeron ciudades sin conocer la rueda.

Está claro que el salto de las diferentes culturas a un estadio de civilización se dio por su capacidad en la organización del territorio, en la construcción de lo urbano (urbs), donde lo cívico (civitas), desemboca en expresión de identidades, tradiciones realidades y, especialmente, sueños sociales para trascender en el tiempo.

Las ciudades a lo largo de su historia se llenan de símbolos, de signos, de monumentos que hacen de la historia de la humanidad su verdadera razón de ser, su derecho de pertenencia, su tradición. Las sociedades escriben su presente para que, en otros tiempos, otros cuerpos expliquen sus orígenes.

A lo largo de los siglos todas las sociedades organizadas expresaron sus identidades en una profunda búsqueda por escribir en el tiempo su permanencia en los espacios, aunque está claro que este deseo social no será nunca alcanzado, como también claro está que justo en esta frustración está la fuerza social.

Así, también está muy claro que, para construir ciudad, específicamente, para dejar huella de visiones políticas, se debe contar con visiones estadistas.

“La ciudad es, por naturaleza, una pluralidad; la ciudad está compuesta no sólo por individuos, sino también por elementos especialmente distintos: una ciudad no está formada de partes semejantes, ya que una cosa es la ciudad y otra cosa es una symmachia”.

En contextoEste contexto permite establecer una opinión meditada acerca de la intervención que quiere hacer el actual Gobierno boliviano, en el centro histórico de La Paz, con la construcción de la “Casa del Pueblo”.

Es natural que los gobiernos busquen dejar huella en la historia, que busquen trascender en el tiempo mediante intervenciones arquitectónicas que den cuenta de un pensamiento político, de una manera de entender la realidad, de una propuesta material que se exprese más allá del presente.

Son deseos y hechos legítimos de ser tomados en cuenta. El detalle está en que proyectos de tanta importancia como este de la “Casa del Pueblo”, literalmente entendida como la sede del poder, forman parte de una política de Estado que debe traducirse en la expresión de una sociedad conformada por variedad de culturas, ya que una obra de esta envergadura define, dentro de los imaginarios colectivos, una permanencia de la memoria.

Al construir sus monumentos, diferentes civilizaciones consideraron lo urbano-arquitectónico como una unidad, es decir, percibieron la importancia del vacío en la búsqueda del espacio público, aunque con diferentes lecturas según las ideologías de los gobernantes.

Lo hicieron imponiendo, en algunos casos, percepciones de máxima y única autoridad, o, por otro lado, ofreciendo a su sociedad un acercamiento del pueblo al poder; es decir, en el lenguaje clásico de la política, lugares urbanos de derecha en el primer caso, o de izquierda en la otra propuesta.

Podríamos llenar este artículo de postales fotográficas que demuestran que casi ninguna intervención arquitectónica de valía, en la historia universal, ignoró el “vacío urbano”, pues al contemplarlo y respetarlo se logra una perspectiva que permite apreciar el hecho arquitectónico, o bien, la expresión del poder.

Volviendo al entorno, se pretende construir un edificio en el que funcionarán las oficinas de la Presidencia, en el que se efectuarán actos protocolares, en el que trabajará el Primer Mandatario'

Pero, dadas las condiciones de las calles del centro de La Paz -la calle Potosí no tiene ni 12 metros de ancho-, y dado que es imposible contar con una plaza que jerarquice al objeto urbano, la realidad es que se proyecta una intervención con un perfil urbano comercial y de servicios locales, una intervención despersonalizada que expone, a futuro, una imagen de país francamente deplorable.

Está claro, entonces, que esta propuesta del Gobierno es totalmente errática y equivocada, carente de un fundamento serio y comprometido con una visión de Estado.

Está claro, entonces, que su ejecución daría como resultado por lo menos dos heridas irrecuperables: una, de agresión a la ya lastimada ciudad, pues se perderá un edificio patrimonial que, restaurado adecuadamente, podría ser refuncionalizado para oficinas de la administración del Gobierno.

Y otra, de deterioro a la imagen urbana por el volumen y características del diseño pensado que no hará más que empobrecer al entorno inmediato, empezando por la sombra que en este caso será casi oscuridad, negación de cielo y luz, que son los elementos clave de la calidad de lo urbano.

La imagen de Bolivia ante el mundo, a través de sus espacios emblemáticos, perdería todo respeto si se expone un edificio de gran importancia simbólica ausente de todo significado de país.

Como está proyectado, este espacio sólo mostrará pobreza ante la imposibilidad de reflejar cualquier identidad.

Como conclusión, la iniciativa de construir un edificio (“Casa del Pueblo”) detrás del actual Palacio de Gobierno, es un error que parte desde el hecho de concebir sólo la parte arquitectónica de una propuesta, ignorando que debe haber una visión de política urbana puesto que, como quedó dicho, es en la escritura de las ciudades donde una sociedad civilizada encuentra su mayor expresión.

Norman Ramírez Montaño

“Al construir sus monumentos, diferentes civilizaciones consideraron lo urbano-arquitectónico como una unidad, es decir, percibieron la importancia del vacío en la búsqueda del espacio público”.

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