sábado, 7 de julio de 2012

BRASILIA, Una reliquia que pocos gozan a plenitud

Los fines de semana la ciudad queda casi desierta. Esa urbe ordenada, sincronizada y plagada de vehículos, se vacía. Así es Brasilia sin los miles y miles de habitantes que entre semana dan vida a la capital del poder político de Brasil.

La ciudad creada y construida por los arquitectos Lúcio Costa y Óscar Niemeyer es una mezcla de lo moderno con lo antiguo, como si el tiempo no hubiese pasado desde 1987, año en que la Unesco la declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad. Desde entonces, no se puede crear ni un barrio más.

La parte central de la urbe alberga a unos 600.000 pobladores. Vivir allí es prohibitivo. Un metro cuadrado de tierra cuesta cerca de 16.000 reales (más de $us 8.000), el precio de una casa medianamente acomodada llega a los 1.8 millones de reales (más de $us 1 millón) y el alquiler de un apartamento puede superar los $us 2.500 al mes.

La extensa meseta donde fue creada la ciudad conserva mucha vegetación. La prohibición de nuevas edificaciones permite tener un promedio de 120 metros cuadrados de área verde por habitante, cuando la Unesco considera que 25 metros ya es una cifra ideal.

Sin embargo, como la parte central de Brasilia se mantiene como una especie de reliquia arquitectónica, alrededor de ella se erigen las llamadas ciudades satélites, 31 en total, donde vive la mayoría de la gente. Las más cercanas están a 25 o 35 kilómetros de distancia. Las grandes constructoras se instalaron allí, donde hay urbanizaciones más modernas y el costo de vida es otro, por ejemplo, el alquiler de un apartamento oscila entre $us 700 y 1.000 al mes. Las ciudades satélite ubicadas a más de 45 kilómetros de distancia son más pobres y violentas.



CATEDRAL. El origen de la vida representado en el vitral: un embrión (centro), un útero (azul) y un embarazo (verde). Las columnas son la corona de Cristo



Pero el poder político es un imán. Se estima que de lunes a viernes en el área central de Brasilia circulan cerca de 2 millones de habitantes atraídos, en especial, por su trabajo en la administración pública. Los tres poderes del Estado, judicial, ejecutivo y legislativo, se concentran allí.

La Procuraduría General de la República, el Palacio de Planalto, la Plaza de los Tres Poderes y el Congreso Nacional forman parte del área administrativa de la ciudad, dividida en diferentes sectores. Al salir del aeropuerto, en la zona sur, el primer sector visible es el de los hoteles, luego está el de los bancos y, posteriormente, el administrativo. También hay sectores de oficinas, garajes, iglesias, hospitales y otros. Hasta las zonas residenciales responden a un solo patrón, una supercuadra con viviendas, un área comercial y un área verde, así en toda la urbe.

A pocos días del invierno, la noche cae rápido. A las 18:00, la oscuridad es plena, las luces de los edificios se mezclan con las de más de 1 millón de vehículos. “Es una ciudad hecha para autos, no para peatones”, comenta un guía turístico.
Sin embargo, el respeto por los peatones es admirable. Los vehículos paran, las veces que sea necesario, cuando cualquier persona cruza por un paso de cebra, sin necesidad de semáforos peatonales.

En las rutas también hay sensores que advierten a los conductores sobre la velocidad. Según Natalia, una joven profesional de Brasilia, todo esto es producto de una intensa campaña de educación vial que se desarrolló hace años, cuando se registraban muchos accidentes, porque el ancho de las vías invita a correr.
El cuartel general del Ejército de Brasil, construido por los arquitectos Costa y Niemeyer, colinda con una avenida estratégicamente diseñada (de unos 20 metros de ancho), al punto que en caso de emergencia o guerra puede ser utilizada como pista de aterrizaje de aviones.
Una enorme concha acústica de más de 50 metros de largo funciona como un amplificador natural para los actos de graduación de militares. Esta es una de las joyas arquitectónicas de Brasilia.



EJÉRCITO. Una gigantesca concha acústica al frente del cuartel del ejército de Brasil. La estructura retumba con solo alzar un poco la voz


La capital fue trasladada desde Río de Janeiro hasta este rincón por entonces deshabitado en el estado de Goiás, por el extinto presidente Juscelino Kubitschek (JK) en 1960. Aunque fue concebida por sus creadores en forma de cruz, la geografía los obligó a arquear un poco la línea central y hoy muchos la ven como un pájaro o un avión.
Los arquitectos que convirtieron a Brasilia en la cumbre del modernismo nacional pensaron en todo, incluso construyeron un lago artificial, Paranoá, para contrarrestar el clima seco de la zona.

El uso de la luz natural a través de inmensos y minuciosos vitrales en la Catedral Metropolitana, el santuario Don Bosco y el propio mausoleo de JK proyectan los ambientes cerrados hacia el infinito. La grandiosidad es una transversal en estas obras. El mismo Congreso Nacional es como un laberinto interminable de pasillos semioscuros y oficinas, lleno de señalética y custodios. En el techo del plenario del Senado cuelgan miles de placas rectangulares de metal a semejanza de estalactitas.

En Brasilia ninguna construcción puede ser más alta que el Congreso, es decir, máximo 28 pisos. Por esa razón, el Banco Central de Brasil, por ejemplo, se vio obligado a construir siete pisos subterráneos.

CONGRESO. En la foto, a la izquierda, las cámaras de diputados y senadores se unen por un túnel. A la derecha, el Palacio de Planalto


Aunque casi no se ve pobreza en la ciudad, no faltan los contrastes como el barrio Lago Norte, donde se erigen grandes mansiones y muy cerca, en Villa Varjao, hay niños pobres jugando pelota en las calles de tierra y piedra, en medio de casas humildes, hasta de madera.

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