Es decir, la Siedlung,
tal cual la podemos conocer y describir a través de los ejemplos berlineses, no representa un modelo autónomo; negando, en fin, una posición autónoma de la Siedlung no niego que ésta tenga una posición
propia precisa entre los modelos
residenciales.
Todo
lo
que
quiero
sostener
es
que
la
Siedlung,
en
una
situación
urbana
como la de Berlín y de otras ciudades
de
Europa,
representa
una
tentativa de
mediación, más o menos
consciente, de las diferentes concepciones espaciales de la ciudad. Y ello no significa sostener que una posición de este tipo no pueda ser válida.
Al contrario, no podernos reconocer condiciones
de
legitimidad
a
las
tesis
y
a
las
experiencias
que
colocan la Siedlung en la ciudad como elemento separado de la ciudad
misma, o bien
sin preocuparse de las relaciones que
existen entre ésta y la ciudad.
Para llevar
a
fondo
este
análisis de
la
residencia respecto a
los
dos
modelos fundamentales a que será referido, garden City
y
yute
radieuse,
sería
necesario
profundizar la relación que hay entre ciertas teorías de carácter político y social y estos
modelos residenciales.
Un trabajo de este tipo ha sido tratado
con excepcional viveza por Carlo Doglio en lo que se refiere a la ciudad jardín; éste
tendría que ser proseguido en aquel sentido.
Por lo que se refiere a la ciudad jardín, sin intentar siquiera
resumir el ensayo de Doglio, que queda como una de las páginas
más bellas escritas sobre la urbanística
en
Italia,
quiero citar aquí el comienzo del ensayo que da el cuadro del planteamiento exacto en la dificultad y complejidad del problema: “[...] Y digamos en seguida que en el caso que
examinamos la situación es particularmente compleja a causa del entresijo igualmente
conformista y sustancialmente reaccionario de las opiniones
favorables; a causa de un equívoco que, en suma, no mancilla solamente el aspecto formal del problema sino que se esconde
hasta sus más fundamentales respuestas: cuando Osborn, para citar el más
conocido activista howardiano, propone
la
ciudad jardín como ejemplo piloto de una
reconstrucción auténticamente moderna y humana
de
los
centros
habitados
(y
por
lo
tanto de la sociedad, tengámoslo bien presente) y condena
desdeñosamente los barrios
populares de
Viena
o
de
Estocolmo, lo que hace es negarles la mayor validez,
tanto
estética cuanto social,
que aquellos barrios
han tenido históricamente; pero cuando
las soluciones de Letchworth o de Welwyn
suprimidas
sin
más por los rumiadores
del
marxismo, no solamente por la forma que asumieron (y por el contenido
prácticamente inmóvil
que
derivó
de
ellas),
sino
también
por
el
tipo
propuesta
estructural
que
sobreentendían (ciudad y campo, descentralización, etc.), entonces
ya no se puede más
que decir que, a pesar de todo, eran más
vivas aquellas soluciones, más
cargadas
de
fermentos y de futuro, que cualesquiera otras que hayan sido planteadas desde entonces hasta hoy».
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