En las páginas
precedentes hemos partido del concepto del locus para avanzar algunas
consideraciones sobre la arquitectura de la ciudad y sucesivamente sobre el valor de los hechos arquitectónicos en la constitución y en el crecimiento de la ciudad.
A la luz de estas consideraciones volveré ahora sobre la relación
entre la arquitectura y el locus para considerar sucesivamente otros aspectos
de este problema y el valor del monumento
en la ciudad.
Probaremos de observar el Foro romano desde este punto de vista, con la certeza de que
investigaciones profundizadas
en
monumentos
de
esta
importancia podrán ofrecernos
materiales fundamentales para la
comprensión de los hechos urbanos.
El Foro romano, centro
del
Imperio,
referencia en
las
construcciones y
en
las transformaciones de muchísimas ciudades del mundo clásico y fundamento de la arquitectura del clasicismo, tiene formas y situación
anómalas respecto de la ciencia de la ciudad tal cual era practicada por los romanos.
Sus orígenes son geográficos e históricos al mismo tiempo; una zona baja y pantanosa entre colinas empinadas,
en el centro aguas estancadas
entre sauces y cañaverales que se
inundaban completamente durante
las lluvias; en las colinas,
bosques y pastos. Así vio el Foro Eneas:
[..] passimque armenta
videbant
Romanoque foro et lautis mugire Carinis.
(AEM., VIII, V 360)
Así los latinos y los sabinos
que se establecieron en el Esquilino, en el Viminal, en el Quirinal.
Estos lugares favorables para
los
encuentros
de
los
pueblos
de
la
Campania
y
de
la
Etruria favorecían los asentamientos. Los arqueólogos confirman que ya durante el
siglo viii los latinos descendían de sus colinas
para depositar aquí sus muertos. Así el valle del Foro, y la necrópolis descubierta por Boni entre 1902 y 1905 al pie del templo de
Antonino y de Faustina constituye
el testimonio más antiguo
que el hombre haya dejado en él. Necrópolis,
después sede de batallas o más probablemente de ritos religiosos, se convierte cada vez más en la sede de una nueva forma de vida, el principio
de la ciudad que se va formando
con
las
tribus
esparcidas
por
las
colinas;
que
se
encuentran
y
se
funden.
La conformación geográfica dictó el recorrido
de los senderos, después el de las calles
remontando los valles en el sentido
de su mínima pendiente (vía Sacra, Argiletus, vicus Patricius) o las que
seguían
los
itinerarios
de
las
pistas
extraurbanas;
ningún
claro
diseño urbanístico, sino una estructura obligada por el terreno. Este carácter
de unión con el terreno, con las condiciones del desarrollo de la ciudad,
permanece después
en toda la historia del Foro, en su forma, que lo hace así diferente de los de las ciudades de nueva fundación.
De donde
esta irregularidad ya
criticada por Livio ([....]
Ea est causa,
cur veteres eloacae primo per publicum
ductae nunc privata passim subenan tecta, formaque urbis sit accupatae
magis quam divisae similis [...]),
la culpa de la cual atribuye a la velocidad de la reconstrucción después del incendio galo, y la imposibilidad de aplicar la limitatio fue debida precisamente al tipo de crecimiento muy
parecido
al
de
las
ciudades contemporáneas
que Roma tuvo que seguir.
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