lunes, 13 de agosto de 2012

En junio de 1811, De Tournon exponía al conde De Montalivet, ministro del Interior, su programa para el Foro: - I


Trabajos  para  la  restauración  de  monumentos  antiguos.  Apenas  se  aborda  el  tema,  se presenta  en  la  mente  el  primero  de  todos,  el  Forum,  célebre  lugar  en  el  que  tales monumentos están directamente amontonados y se unen a los más grandes recuerdos. Las  restauraciones  de  tales  monumentos  consisten  sobre  todo  en  librarlos  de  la  tierra que recubre sus partes inferiores, en enlazarlos después entre y finalmente en hacer el acceso  a  ellos  modo  y  agradable  {....}  La  segunda  parte  del  proyecto  considera  la reunión de los monumentos entre sí mediante un paseo regularmente sistematizado.

He considerado en un plano, trazado bajo mi dirección, un tipo de relación y sólo podré referirme a él [...]. Sólo añadiré que el monte Palatino, inmenso museo todo cubierto por magníficos restos de los palacios de los sares, debe ser necesariamente comprendido en la parte de jardín que hay que plantar, y tal jardín, por los monumentos que deberá encerrar, por los recuerdos de los que estará lleno, será desde luego único en el mundo.

La idea de De Taurnon no fue realizada y probablemente hubiera sacrificado al diseño del  jardín  gran  parte  de  los  monumentos  privándonos  de  una  de  las  mas  grandes experiencias arquitectónicas; pero por esta idea, con el advenimiento de la arqueología científica, el problema de los Foros se convierte en un gran problema de urbanística en conexión  con  la  misma  continuidad  de  la  ciudad  moderna.  Era  necesario,  en  primer lugar,  concebir  la  exploración  del  Foro  no  ya  como  un  estudio  de  cada  uno  de  sus monumentos,  sino  como  una  investigación  íntegra  de  todo  el  complejo;  concebido  el Foro no como una suma de arquitecturas sino como un hecho urbano global, como la permanencia  de  la  Roma  misma.  Es  significativo  que  la  idea  encuentre  apoyo  y  se desarrolle en la República Romana de 1849; aq también es la acción de la revolución que   lee   la   Antigüedad   de   modo   moderno,    no   son   ajenas,   sino   precisamente directamente ligadas a las experiencias de los arquitectos parisienses.

Pero  la  idea  es  más  fuerte  que  las  contingencias  políticas  y  prosigue,  con  vicisitudes diferentes, también bajo la restauración pontificia.

Si  consideramos  hoy  este  problema  desde  el  punto  de  vista  arquitectónico,  muchas consideraciones llevan a entrever la posibilidad de una reconstrucción del Foro y de su reunión  con  el  Foro  de  Augusto  y  los  mercados  trajanos  utilizando  en  la  ciudad moderna este enorme complejo.

Pero basta aquí haber expuesto que este gran monumento es hoy una parte de Roma, que resume la ciudad antigua, que es un monumento de la ciudad moderna, que es un incomparable hecho urbano.

Y se nos ocurre pensar que si la plaza de San Marcos de Venecia permaneciese en pie con el palacio ducal en una ciudad completamente diferente, como quizá será la Venecia del  futuro,  no  experimentaríamos  por  ello  una  emoción  menor  y  no  seríamos  menos artífices  de  la  historia  de  Venecia  encontrándonos  en  el  centro  de  este  excepcional hecho urbano.

Me  acuerdo  de  los  años de  la  posguerra,  de  la visión  de  la  catedral  de  Colonia  en  la ciudad destruida; nada puede tener para la fantasía el valor de esta obra permaneciendo intacta  entre  las  ruinas.  Desde  luego,  una  reconstrucción  encalada  y  fea  de  la  ciudad circunstante   es   dañosa,   pero   no   toca   el   monumento;   igual   como   tantas   feas sistematizaciones  de  muchos  museos  modernos  pueden  irritamos,  pero  no  por  ello deforman o alteran el valor de cuanto es expuesto en ellos.

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