Esta acotación debe ser entendida, naturalmente, en un sentido únicamente analógico; muchas veces me he detenido a considerar el valor de un monumento como hecho urbano; esta analogía con el valor del monumento en las ciudades destruidas sirve sólo para poner en claro dos puntos: el primero, que no es el ambiente o algún otro carácter ilusionístico lo que nos sirve para comprender el monumento; el segundo, que sólo comprender el monumento como hecho urbano singular, u oponiéndole otros hechos urbanos, se puede establecer un sentido en la arquitectura de la ciudad. El significado de todo ello está sintetizado para mí en el plano de Roma de Sixto y; las basílicas se convierten en los lugares auténticos de la ciudad, su conjunto es una estructura que toma su complejidad de estos hechos primarios, de las calles que se le reúnen, de los espacios «residencia» que se encuentran en el interior del sistema.
Fontana presenta de este modo las características del plan, su punto de partida:
«Queriendo aún Nuestro Señor facilitar la calle a los que movidos por devoción o por votos suelen visitar constantemente los muy santos lugares de la ciudad de Roma, y en particular las siete iglesias tan celebradas por las grandes indulgencias y reliquias que hay, ha abierto en muchos lugares calles amplísimas y derechísimas, de manera que pueda cada uno, a pie, a caballo, y en coche, salir de cualquier lugar de Roma e irse casi directamente a las más famosas devociones».
Giedion, que fue quizás el primero en comprender la extrema importancia de este plan, lo expone así: «{...} El suyo no era un plan pensado sobre el mapa; Sixto V tenía a Roma como en su sangre; él mismo había seguido fatigosamente a pie las calles que los peregrinos tenían que recorrer, y había experimentado las distancias entre los diversos puntos y, en marzo de 1588, cuando abrió la nueva calle que unió el Coliseo con Letrán, la recorrió toda a pie con sus cardenales hasta el palacio de Letrán, entonces en construcción.
Sixto V dispuso sus calles orgánicamente como una espina dorsal allí donde la estructura topográfica de Roma lo requería, pero fue sin embargo lo suficiente sabio para incorporar con gran cuidado todo lo que le fue posible de la obra de sus predecesores {...}. Ante los edificios construidos por él, Letrán y el Quirinal, y en todos los puntos en los que las calles se cruzaban, Sixto V proveyó la apertura de grandes espacios libres suficientes para desarrollos sucesivos {....}. Aislando la Columna Antonina y trazando el perímetro de la plaza Colonna, en 1588 creó el actual centro de
la ciudad. La Columna Trajana próxima al Coliseo, con la vasta plaza que la circunda, fue pensada como una unión entre la ciudad vieja y la nueva {...}. El instinto urbanístico de Sixto V y de su arquitecto está demostrado también con la elección del punto en el que erigió el obelisco, por la justa distancia de la catedral no acabada {...}. El último de los cuatro obeliscos que Sixto V consiguió alzar es el que tuvo quizá la posición más significativa. Colocado a la entrada septentrional de la ciudad, señala la confluencia de tres calles principales (como también del prolongamiento de la calle Felice, muchas veces proyectado y nunca realizado). Dos siglos más tarde la plaza del Pueblo se habría cristalizado alrededor de este punto. Solamente otro obelisco ocupa una posición tan dominante: el de la plaza de la Concordia, alzado en 1836».
Creo que en esta página de Giedion, cuya aportación personal al mundo de la arquitectura siempre es extraordinaria, ha dicho muchas cosas sobre la ciudad en general además de lo dicho sobre el plan considerado.
Son significativas las observaciones en las que habla del primer plan no pensado sobre el mapa, sino directamente vivido en sus datos inmediatos, empíricos, donde habla de un plan bastante rígido pero atento a la estructura topográfica de la ciudad y en el que, aun en sus características revolucionarias, precisamente diría que en virtud de éstas, incorpora y valoriza todas las iniciativas precedentes que se presentan con caracteres de validez, que están en la ciudad.
A ella se añade la consideración acerca de los obeliscos, de los lugares de los obeliscos, de estos signos alrededor de los cuales se cristaliza la ciudad; quizá nunca la arquitectura de la ciudad, ni siquiera en el mundo clásico, ha conseguido una tal unidad de comprensión y de creación; todo un sistema urbano se realiza, se dispone según líneas de fuerza prácticas e ideales a un mismo tiempo, y la ciudad se reencuentra toda ella señalada por puntos de unión y de agregación futura. Las formas de los monumentos (recuérdese la transformación del Coliseo en hilandería) y la forma topográfica permanecen firmes en un sistema que cambia; como si, comprendida la colocación de obeliscos en lugares particulares, la ciudad fuese pensada en el pasado y en el porvenir.
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