Me parece que el reproponer también,
basándose en la proyección
arquitectónica, el edificio en toda
su
concreción
puede
dar
nuevo
impulso a la misma
arquitectura,
reconstituyendo aquella visión global de análisis y de propuesta sobre los que se ha insistido mucho. Una concepción de este tipo, en la que la tension
arquitectónica
prevalece imponiéndose en primer lugar como forma, responde
a la naturaleza de los
hechos urbanos tal cual son realmente.
La constitución de nuevos hechos urbanos, que en
otros terrenos significa el crecimiento de la ciudad, siempre ha acaecido por la precisión
de
una serie de elementos;
y
justamente la máxima precisión de éstos
ha originado una serie de reacciones que no
son espontáneas, y aun no siendo previsibles en sus modos concretos
de actuación, son previstas, sin embargo,
en
un
cuadra
general.
En
este
sentido
el
plano
de
desarrollo
puede tener un significado.
He intentado demostrar que
esta
teoría
nace
del
análisis
urbano,
de
la
realidad;
esta
realidad contradice a todos
los
que
creen
que
funciones
preordenadas
pueden
por
sí
mismas dirigir los hechos y que el problema es el de dar forma a ciertas funciones; en realidad, son las formas mismas en su constituirse las que van más allá de las funciones a las que deben
llevar a cumplimiento; se presentan como la ciudad misma.
En este sentido también el edificio se identifica con la realidad urbana; y aquí se ilumina el carácter urbano de los hechos arquitectónicos, los cuales adquieren mayor significado respecto a las características del «proyecto». Querer entenderlo separadamente de éstas,
intentando forzar e interpretar las funciones puramente distributivas como momentos de representación, vuelve a llevar el discurso a la estrecha visión
funcionalista de la ciudad. Visión negativa cuando después
se
pretende
concebir
el
edificio
como un andamiaje susceptible de variaciones, como continente abstracto que sigue todas las funciones
que progresivamente lo
completarán.
Repito que sé muy bien que la alternativa a la concepción funcional no es sencilla ni fácil, y que
si
por
un
lado
debemos
oponernos
al
funcionalismo ingenuo, por el otro
debemos tomar en consideración el conjunto de las teorías
funcionalistas.
Pero
es
igualmente oportuno perfilar los
límites dentro de
los
cuales
ésta
se
repropone continuamente y los equívocos que contiene incluso en las propuestas más actualizadas,
que aparentemente parecen contradecirla.
Según mi teoría, no superaremos estos aspectos hasta que no nos demos cuenta de la importancia de la forma y de los procesos lógicos de la arquitectura; viendo en la misma
forma
la
capacidad
de
asumir valores, significados y usos diversos. Precisamente, al
desarrollar este mismo
argumento he puesto los ejemplos del teatro de Arles
y
del
Coliseo; en general, siempre me he referido a cuestiones de este tipo también hablando
de los monumentos.
Intento demostrar, además, que el conjunto de estos
valores,
incluida
la
misma memoria, es lo que constituye la estructura de
los
hechos
urbanos;
estos
valores no tienen nada de común ni con la distribución ni con el funcionamiento tomados en sí.
Tengo para mí
que
el
desarrollo
de
ciertas
funciones
no
cambia, o cambia solo con
caracteres de
necesidad. Estoy convencido, por otra
parte,
de que la mediación entre
funcionamientos y esquemas distributivos sólo puede realizarse por
medio de la forma.
Cuantas veces nos encontramos ante hechos
urbanos reales estamos en disposición de darnos cuenta de su complejidad; esa complejidad
de
su
estructura
ha
superado
la
atribución unívoca de su funcionalidad. Destino
de
uso
en
el
plano
horizontal
y esquemas distributivos pueden ser solamente referencias, indudablemente útiles para un análisis de la ciudad como manufactura.
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