jueves, 9 de agosto de 2012

Individualidad de los hechos urbanos. - XI


Me  parece  que  el  reproponer  también,  basándose  en  la  proyección  arquitectónica,  el edificio  en  toda  su  concreción  puede  dar  nuevo  impulso  a  la  misma  arquitectura, reconstituyendo  aquella  visión  global  de  análisis  y  de  propuesta  sobre  los  que  se  ha insistido  mucho.  Una  concepción  de  este  tipo,  en  la  que  la  tension  arquitectónica prevalece imponiéndose en primer lugar como forma, responde a la naturaleza de los hechos urbanos tal cual son realmente.

La constitución de nuevos hechos urbanos, que en otros terrenos significa el crecimiento de  la  ciudad,  siempre  ha  acaecido  por  la  precisión  de  una  serie  de  elementos;  y justamente la máxima precisión de éstos ha originado una serie de reacciones que no son espontáneas, y aun no siendo previsibles en sus modos concretos de actuación, son previstas,  sin  embargo,  en  un  cuadra  general.  En  este  sentido  el  plano  de  desarrollo puede tener un significado.

He  intentado  demostrar  que  esta  teoría  nace  del  análisis  urbano,  de  la  realidad;  esta realidad  contradice  a  todos  los  que  creen  que  funciones  preordenadas  pueden  por  mismas dirigir los hechos y que el problema es el de dar forma a ciertas funciones; en realidad, son las formas mismas en su constituirse las que van más allá de las funciones a las que deben llevar a cumplimiento; se presentan como la ciudad misma.

En este sentido también el edificio se identifica con la realidad urbana; y aquí se ilumina el carácter urbano de los hechos arquitectónicos, los cuales adquieren mayor significado respecto a las características del «proyecto». Querer entenderlo separadamente de éstas, intentando forzar e interpretar las funciones puramente distributivas como momentos de representación, vuelve a llevar el discurso a la estrecha visión funcionalista de la ciudad. Visión  negativa  cuando  después  se  pretende  concebir  el  edificio  como  un  andamiaje susceptible de variaciones, como continente abstracto que sigue todas las funciones que progresivamente lo completarán.

Repito que muy bien que la alternativa a la concepción funcional no es sencilla ni fácil,  y  que  si  por  un  lado  debemos  oponernos  al  funcionalismo  ingenuo,  por  el  otro debemos  tomar  en  consideración  el  conjunto  de  las  teorías  funcionalistas.  Pero  es igualmente   oportuno   perfilar   los   mites   dentro   de   los   cuales   ésta   se   repropone continuamente y los equívocos que contiene incluso en las propuestas más actualizadas, que aparentemente parecen contradecirla.

Según mi teoría, no superaremos estos aspectos hasta que no nos demos cuenta de la importancia de la forma y de los procesos lógicos de la arquitectura; viendo en la misma forma  la  capacidad  de  asumir  valores,  significados  y  usos  diversos.  Precisamente,  al desarrollar  este  mismo  argumento  he  puesto  los  ejemplos  del  teatro  de  Arles  y  del Coliseo; en general, siempre me he referido a cuestiones de este tipo también hablando
de los monumentos.

Intento  demostrar,  además,  que  el  conjunto  de  estos  valores,  incluida  la  misma memoria,  es  lo  que  constituye  la  estructura  de  los  hechos  urbanos;  estos  valores  no tienen nada de común ni con la distribución ni con el funcionamiento tomados en sí. Tengo  para  mí  que  el  desarrollo  de  ciertas  funciones  no  cambia,  o  cambia  solo  con caracteres  de  necesidad.  Estoy  convencido,  por  otra  parte,  de  que  la  mediación  entre funcionamientos y esquemas distributivos sólo puede realizarse por medio de la forma.

Cuantas veces nos encontramos ante hechos urbanos reales estamos en disposición de darnos  cuenta  de  su  complejidad;  esa  complejidad  de  su  estructura  ha  superado  la atribución  unívoca  de  su  funcionalidad.  Destino  de  uso  en  el  plano  horizontal  esquemas distributivos pueden ser solamente referencias, indudablemente útiles para un análisis de la ciudad como manufactura.

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