Se puede objetar
que al anticipar estas consideraciones sólo hago referencia a la ciudad antigua; a esta crítica
se
puede
responder
con
dos
argumentos: el primero,
que
constantemente hemos tenido como
hipótesis de este estudio,
es el de que aquí no se hace ninguna
diferencia entre ciudad antigua y ciudad moderna, entre un antes y un después, desde el punto de vista de la manufactura; el segundo, que no existen
ejemplos de ciudades articuladas exclusivamente en hechos
urbanos
modernos o que al menos tales ciudades no son
para
nada
típicas,
siendo
propio
de
la
ciudad
su
carácter
de
permanencia en el tiempo.
Por otra parte, concebir la fundación
de
la
ciudad
por
elementos primarios
es
a
mi
parecer también la única
ley racional posible; es decir, la única extracción de un principio lógico en la ciudad para continuarla. Como tal así ha sido asumida en la época de la Ilustración y como tal ha sido rechazada por las teorías destructoras de la ciudad como progreso;
piénsese en la crítica de Fichte a la ciudad occidental, donde la defensa del carácter comunitario
de la ciudad gótica (Voik) contiene ya la crítica
reaccionaria de los años siguientes (Spengler) y la concepción de la ciudad como fatalidad.
Aunque no me
ocupe
aquí
de
estas
teorías
o
visiones
de
la
ciudad,
es
indudable
que
ellas tenían su traducción en una ciudad sin referencias formales y que se oponen, más o menos
conscientemente en los epígonos,
al valor ilustrado del plano.
También desde
este
punto
de
vista
se
puede
anticipar la crítica
a
los
socialistas románticos; a los diferentes conceptos de comunidad
autosuficientes y a los falansterios.
Ellos admiten y sostienen que la ciudad no puede expresar ni un valor que la trascienda y ni tan siquiera valores comunes que la representen, y pretenden que la reducción
utilitarista y funcional de la
ciudad
(o
sea,
en
la
residencia y en los servicios) es la
alternativa «moderna» a la primera.
La concepción progresista cree, en cambio, que precisamente por ser la ciudad un hecho eminentemente colectivo se precisa
y
está
en
aquellas
obras
cuya
naturaleza
es
esencialmente colectiva; y que aun naciendo
tales obras como medios para constituir la ciudad, en seguida se conviertan
ellas
en
un
fin;
y
tengan
este
fin
en
su
ser
y
en
su
belleza.
Y que tal belleza
resida al mismo tiempo en las leyes de la arquitectura y en la elección
por la que la colectividad quiere
estas obras.
del
locus entendido como punto singular
y de la situación;
de
los fundamentos de la arquitectura y de su relación con la ciudad;
del
ambiente y del monumento.
Me doy cuenta de que el concepto
de
locus
debe
ser
objeto
de
investigaciones
particulares; un estudio de este tipo aplicado a toda la historia de la arquitectura podrá dar lugar a resultados significativos. Del
mismo modo
se
deberá
analizar
la
relación
entre el locus y el proyectar.
Sólo a la luz de estas investigaciones se podrá
resolver
el
contraste
aparentemente irremediable
entre
el
proyectar
como elemento racional y como imposición y la naturaleza del lugar que participa en la obra.
En esta
relación está comprendido
el concepto de individualidad.
Se ha intentado ver cómo el uso del término ambiente,
tal como es entendido
normalmente, es un estorbo para la investigación.
Al ambiente se ha contrapuesto el monumento; el monumento, además
de
que
está
históricamente determinado, tiene
una realidad propia y analizable.
Podemos, por otra
parte, proponernos construir
«monumentos»; pero como se ha observado
anteriormente, para hacerlo necesitamos una arquitectura, esto
es,
un
estilo:
La
reducción de los problemas urbanos a su realidad
física
no
puede
acontecer
de
otra
manera. Sólo la existencia de un estilo arquitectónico puede permitir
elecciones originales: de estas elecciones originales
crece la ciudad
La arquitectura se presenta aquí como una técnica. La cuestión de las técnicas no puede ser subvalorada por quien se plantea
el problema de la ciudad; también
ahí es demasiado fácil observar cómo el razonamiento de la imagen es inútil siempre que no se concrete en la arquitectura
que
forma
esta
imagen.
La
arquitectura
se
convierte,
pues,
por
extensión, en la ciudad; tiene su base, más que cualquier
otro arte, en la conformación de la materia y en la sujeción de la materia según una concepción formal.
La ciudad
se
presenta
aún
como una gran manufactura
arquitectónica.
No
es
posible
ocuparnos más extensamente de esta concepción formal.
Se ha
intentado ver
la
correspondencia que hay
en
la
ciudad
entre
signo
y acontecimiento; pero esto no es suficiente si no extendemos el análisis
a toda la génesis de la forma arquitectónica. Ahora bien, se puede afirmar que la forma arquitectónica de la ciudad es ejemplar en cada monumento, cada uno de los cuales es una individualidad en sí. Son como las fechas; sin ellas, un antes y un después, no podremos comprender la historia.
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