sábado, 18 de agosto de 2012

Individualidad de los hechos urbanos. - XIV


Aun  en  las  épocas  de  mayor  decadencia,  como  el  Bajo  Imperio,  cuando  las  ciudades aparecen como semirutarum urbium cadavera, en realidad no son cuerpos muertos, dirá Cattaneo, sino solamente desmayados. La relación entre la ciudad y su territorio es un signo característico de un municipio porque «la ciudad forma con su territorio un cuerpo inseparable».

En  las  guerras,  en  las  invasiones,  en  los  momentos  más  difíciles  para  la  libertad comunal, la unión entre el territorio y la ciudad es una fuerza extraordinaria; a veces el territorio  regenera  la  ciudad  destruida.  La  historia  de  la  ciudad  es  la  historia  de  la civilización:  «En  los  cuatro  siglos  aproximados  del  dominio  lombardo  y  gótico,  la barbarie fue creciendo [....] las ciudades no eran apreciadas sino como fortalezas [...]. Los bárbaros se iban agotando, al mismo tiempo que las ciudades que habían desolado”.

Las ciudades constituyen en un mundo; su significado, su permanencia se expresa en un principio absoluto: «Los extranjeros se maravillan de ver en las ciudades de Italia aquella  misma  perseverancia  en  las  ofensas  que  no  se  maravillan  nunca  de  ver  entre reino y reino, porque no saben entender la índole militante y regia de aquellas ciudades.
La prueba de que la causa de las enemistades que cercaban Milán estaba en su potencia, o  para  decirlo  más  justamente,  en  su  ambición,  es  que  muchas  de  las  otras  ciudades, cuando la vieron vencida y destruida, y pensaron que nunca más tendrían que temerla, se unieron para levantarla de las ruinas».

«El principio» de Cattaneo se puede relacionar con muchos de los temas expuestos aquí; siempre  me  ha  parecido  que  aquellos  estratos  más  profundos  de  la  vida  de  la  ciudad expuestos  por  Cattaneo  se  pueden  encontrar  ampliamente  en  los  monumentos,  y  que éstos participan de aquella individualidad de los hechos urbanos a la que muchas veces nos hemos referido en el curso de este estudio.

Que una relación de este tipo, entre «principio» de los hechos urbanos y forma, existe también  en  el  pensamiento  de  Cattaneo  es  indiscutible  sólo  con  que  examinemos  sus escritos sobre el estilo lombardo y el inicio de la descripción de la Lombardía, donde directamente la tierra, cultivada y fertilizada en el curso de siglos, es el testimonio más importante de una civilización.

Sus  intervenciones  en  la  polémica  sobre  la plaza del Duomo de Milán atestiguan por otra parte todas las dificultades, no resueltas, que nacían de una problemática tan rica; la investigación de los temas de la cultura lombarda, aunque sea dentro de su federalismo, acababa por encontrarse con todos los otros temas, reales y abstractos, del debate sobre la unidad de Italia y sobre el sentido nuevo y antiguo que las ciudades de la península acababan por tener en el marco nacional.

Si su federalismo le permitía evitar todos los errores debidos a la retórica nacionalista, le impedía por otra parte ver plenamente el nuevo marco general en el que las ciudades venían a encontrarse.

Es  indudable  que  el  gran  empuje  ilustrado  y  positivista  que  había  animado  la  ciudad decaía alrededor de los años de la unidad de Italia, pero no era desde luego sólo ésta la causa de aquella decadencia; y, por otra parte, es lógico pensar que las propuestas de Cattaneo o el estilo municipal enseñado por Boito pudiese volver a dar a la ciudad un sentido que se habla oscurecido.

Hubo, ciertamente, una crisis más profunda. A esta luz se ha visto el gran debate que recorrió Italia al día siguiente de la unidad sobre la elección de la capital; debate que fue centrado sobre Roma

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