jueves, 20 de junio de 2013

Las ciudades ante el programa de flexibilización laboral - VIII

Nada de esto puede ser asegurado por ninguna empresa. Son condiciones contextúales, de un sistema socioeconómico, político y cultural. Del mismo modo que la competitividad de un lugar no depende de la organización inter- na de tal o cual empresa, sino de un sistema complejo de producción y repro- ducción en el que cada una de las empresas se inserta y todas contribuyen a configurar. 
Aunque existen empresas y empresarios que aprovechan la crisis pa- ra sobreexplotar a sus trabajadores, más allá de lo que requiere la rentabilidad mínima, es real que las empresas están sometidas a presiones de un mercado al que -salvo monopolios- no pueden controlar y que puede efectivamente des- truirlas. Es verdad que un gobierno local puede incidir en las formas y alcances de la reestructuración si deja de ser tomador de opciones que vienen de afuera y asume un papel activo en la estructuración de una base productiva y un en- torno que conjuga competitividad con desarrollo humano sustentable, adop- tando una posición de genuina representación de las mayorías antes que de vo- cero del gran capital22. La clave para resolver este problema es poder salir del falso juego suma ce- ro: o ganan las empresas o ganan los trabajadores, con el Estado como 'instru- mentó' o árbitro. 
En un mercado global, el Estado periférico aparentemente só- lo puede demorar un poco la presión sobre las empresas para que se reestructu- ren, o facilitarla. En apariencia solo puede demorar la inevitable flexibilización laboral, acompañando sus avances con diversos grados de asistencia para los que van siendo afectados. Pero esa presión del sistema global, acentuada sobre la periferia por la debilidad del Estado, se ejercerá si el país va a insertarse en el sistema global de mercado según las reglas neoliberales. Contradictoriamente, se anticipa que las reglas neoliberales del buen gobierno harán que -para cuan- do el sistema empresarial termine de expulsar trabajadores estructural y masi- vamente y de desvalorizar los ingresos de los que queden empleables'- el Esta- do no tenga fuentes de recursos para garantizar el derecho de trabajadores y ciu- dadanos a una vida digna. Joseph Stiglitz, al cabo de sus tres años de servir como economista jefe del Banco Mundial, evaluaba: "...surgieron cuestiones relativas al mercado de tra- bajo pero demasiado frecuentemente dentro de un enfoque económico estrecho y, es más, examinadas con el aún más estrecho lente de la economía neoclásica. Las rigideces del salario -a menudo resultado de duras negociaciones- se pensó que eran parte del problema que enfrentaban muchos países, contribuyendo a su alto desempleo; un mensaje estándar fue aumentar la flexibilidad del merca- do de trabajo -el mensaje no tan sutil era: bajar salarios y despedir a los traba- jadores innecesarios. Aún cuando los problemas del mercado de trabajo no son lo central de la problemática que enfrenta el país, demasiado a menudo se pide a los trabajadores que carguen con el peso de los costos del ajuste"... "Se sermo- neó a los trabajadores acerca de soportar el dolor, inmediatamente después de escuchar de los mismos predicadores cómo la globalización y la apertura de los mercados de capitales traerían consigo un crecimiento sin precedentes. Y en ningún momento, en todas esas discusiones, se planteó la cuestión de los dere- chos de los trabajadores, incluyendo el derecho a participar de las decisiones que afectarían sus vidas en tantas formas"2' (nuestra traducción).

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