Librado al mercado, el empleo depende de la expansión de la producción,
que a su vez depende de la inversión capitalista, mientras el impacto de la dra-
mática precarización y reducción de costos laborales ha mostrado ser insufi-
ciente para inducir tal inversión46. La lógica del mercado capitalista impone en
las grandes empresas y los fondos de inversión un comportamiento cortopla-
cista y amoral sin mecanismos de autoregulación acorde con los equilibrios so-
ciales, políticos, psicosociales y naturales. No hay nada intrínseco al capital
-particularmente el gran capital- que lo lleve por sí sólo a generalizar el desa-
rrollo integral de las regiones periféricas.
Se hace entonces necesario pensar en
otros agentes de la inversión y la producción, que se sustraigan a la lógica del
capital, cuyas decisiones estén orientadas por el objetivo de desarrollar las opor-
tunidades de trabajo y la reproducción de la vida antes que por el logro de la
máxima ganancia o la reproducción del capital, y que promuevan formas esta-
tales democráticas y el cuidado de las bases naturales de la vida en sociedad.
Para lograr contrarrestar la fuerza del gran capital y poder realizar alianzas con las
fracciones empresariales con intereses más compatibles con el desarrollo huma-
no, esos agentes deben formar un sistema solidario y tener escala suficiente, y
para ello su continuada reproducción no puede depender de subsidios externos
eternos -económicos o de acción ideológica y organizativa- sino que deben te-
ner como condición que, en conjunto, puedan lograr en un plazo adecuado de-
sarrollar su capacidad productiva y organizativa para posicionarse en el merca-
do con resultados económicos que permitan su creciente autosostenimiento,
sustentando así otro poder de negociación de los trabajadores con los represen-
tantes del capital.
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