Alrededor del siglo XV el Foro cesó su actividad como lugar de mercado (perdió,
pues, una función que había
sido
fundamental)
y
se
convirtió
en
una
auténtica
y
verdadera
plaza casi siguiendo el dictado de Aristóteles, que alrededor de aquella época escribía:
«La plaza pública [...] nunca
será
ensuciada
con
mercancías y el ingreso
a
ella
será
prohibido a los artesanos [...] lejana y bien separada
de ella será la que sea destinada
al mercado libre”.
Y precisamente en esta
época
el
Foro se va cubriendo de estatuas, de templos, de monumentos; así el valle que estaba lleno de fuentes locales, de lugares
sagrados,
de
mercados, de tabernas
empieza a enríquecerse en basílicas, enjemplos
y
en
arcos y permanece surcada por dos grandes vías, la Sacra y la Nova, donde van a parar diversas callejuelas.
Después de la sistematización
de
Augusto
y
de
la
ampliación de la zona central de Roma con el Foro de Augusto y los mercados trajanos,
después de las obras de Adriano y hasta la caída del Imperio, el Foro no pierde
su
carácter
esencial de lugar de encuentro, de centro de Roma; Forum romano o Forum Magno, acaba siendo un hecho
específico en el interior mismo
de la ciudad, una parte que resume el todo.
Así escribe Romanelli: « [...] En la vía Sacra y en las calles adyacentes se amontonaban las tiendas de lujo, y la gente pasaba curioseando sin querer nada, sin hacer nada, sólo esperando que llegasen las horas
del
espectáculo y de la apertura
de
las termas; recordemos el episodio del «pesado» que Horacio nos ha descrito brillantemente en su
sátira; “ibam forte via II...] Sacra”. El episodio se repetía mil veces al día, todos los días
del año,
menos
aquellos
en
los
que
algún
trágico
acontecimiento,
en
los
palacios
imperiales del Palatino o en el campo de los
pretorianos, conseguía aún sacudir el ánimo túrpido de los romanos. Porque el Foro fue también a veces, durante
el Imperio, teatro de acontecimientos sangrientos, pero fueron
acontecimientos que se encerraron y se agotaron casi siempre
en
sí
mismos a la vista
del
lugar
donde
se
desarrollaron,
y,
se
podría decir, de la ciudad misma.
La gente pasaba por allí
sin
querer
nada,
sin hacer nada: es la ciudad
moderna, el hombre del gentío, el ocioso que participa del mecanismo de la ciudad sin conocerlo, perteneciéndole sólo en su imagen. Y el Foro se convierte
así en un hecho urbano
de extraordinaria modernidad; tiene en sí
todo lo que hay de inexpresable en la ciudad
moderna.
Se me ocurre pensar en las
palabras
de
Poéte,
que
singularmente nacen de su conocimiento extraordinario de la ciudad
antigua y del París moderno:
“[...] Un hálito de modernidad
parece
exhalarse
hasta
nosotros de este mundo lejano: tenemos la impresión de que nos sentiremos excesivamente fuera de nuestro ambiente en ciudades
como
Alejandría o Antioquía, como en ciertos momentos nos sentimos más próximos de la Roma imperial que de alguna ciudad medieval».
¿Qué une al ocioso al Foro, por qué es íntimamente partícipe de este mundo, por que se identifica con la ciudad a través de esta ciudad? Se trata de un misterio que los hechos urbanos suscitan en nosotros.
Vinculado al origen de la ciudad,
extremada e increiblemente transformado en el tiempo
pero siempre crecido sobre si mismo, paralelo
a la historia de Roma que se documenta en todas sus piedras históricas y en una
leyenda
como Lapis
Niger
y
los
dioscuros;
llegado hasta nosotros con sus signos
más claros y espléndidos, el Foro
romano
constituye uno de los hechos urbanos más iluminadores de cuantos podamos conocer
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