sábado, 11 de agosto de 2012

El Foro romano - II


Alrededor del siglo XV el Foro cesó su actividad como lugar de mercado (perdió, pues, una  función  que  había  sido  fundamental)  y  se  convirtió  en  una  auténtica  y  verdadera plaza casi siguiendo el dictado de Aristóteles, que alrededor de aquella época escribía:
«La  plaza  pública  [...]  nunca  será  ensuciada  con  mercancías  y  el  ingreso  a  ella  será prohibido a los artesanos [...] lejana y bien separada de ella será la que sea destinada al mercado libre”.

Y  precisamente  en  esta  época  el  Foro  se  va  cubriendo  de  estatuas,  de  templos,  de monumentos;  así  el  valle  que  estaba  lleno  de fuentes  locales,  de  lugares  sagrados,  de mercados,  de  tabernas  empieza  a  enríquecerse  en  basílicas,  enjemplos  y  en  arcos  y permanece surcada por dos grandes vías, la Sacra y la Nova, donde van a parar diversas callejuelas.

Después  de  la  sistematización  de  Augusto  y  de  la  ampliación  de  la  zona  central  de Roma con el Foro de Augusto y los mercados trajanos, después de las obras de Adriano y  hasta  la  caída  del  Imperio,  el  Foro  no  pierde  su  carácter  esencial  de  lugar  de encuentro, de centro de Roma; Forum romano o Forum Magno, acaba siendo un hecho específico en el interior mismo de la ciudad, una parte que resume el todo.

Así escribe Romanelli: « [...] En la vía Sacra y en las calles adyacentes se amontonaban las tiendas de lujo, y la gente pasaba curioseando sin querer nada, sin hacer nada, sólo esperando  que  llegasen  las  horas  del  espectáculo  y  de  la  apertura  de  las  termas; recordemos el episodio del «pesado» que Horacio nos ha descrito brillantemente en su sátira; “ibam forte via II...] Sacra”. El episodio se repetía mil veces al día, todos los días del  año,  menos  aquellos  en  los  que  algún  trágico  acontecimiento,  en  los  palacios imperiales del Palatino o en el campo de los pretorianos, conseguía aún sacudir el ánimo túrpido de los romanos. Porque el Foro fue también a veces, durante el Imperio, teatro de  acontecimientos  sangrientos,  pero  fueron  acontecimientos  que  se  encerraron  y  se agotaron  casi  siempre  en   mismos  a  la  vista  del  lugar  donde  se  desarrollaron,  y,  se podría decir, de la ciudad misma.

La  gente  pasaba  por  allí  sin  querer  nada,  sin  hacer  nada:  es  la  ciudad  moderna,  el hombre del gentío, el ocioso que participa del mecanismo de la ciudad sin conocerlo, perteneciéndole sólo en su imagen. Y el Foro se convierte así en un hecho urbano de extraordinaria  modernidad;  tiene  en   todo  lo  que  hay  de  inexpresable  en  la  ciudad moderna.

Se  me  ocurre  pensar  en  las  palabras  de  Poéte,  que  singularmente  nacen  de  su conocimiento extraordinario de la ciudad antigua y del París moderno: “[...] Un lito de  modernidad  parece  exhalarse  hasta  nosotros  de  este  mundo  lejano:  tenemos  la impresión de que nos sentiremos excesivamente fuera de nuestro ambiente en ciudades como Alejandría o Antioquía, como en ciertos momentos nos sentimos más próximos de la Roma imperial que de alguna ciudad medieval».

¿Qué une al ocioso al Foro, por qué es íntimamente partícipe de este mundo, por que se identifica con la ciudad a través de esta ciudad? Se trata de un misterio que los hechos urbanos suscitan en nosotros.

Vinculado al origen de la ciudad, extremada e increiblemente transformado en el tiempo pero siempre crecido sobre si mismo, paralelo a la historia de Roma que se documenta en  todas  sus  piedras  históricas  y  en  una  leyenda  como  Lapis  Niger  y  los  dioscuros; llegado  hasta  nosotros  con  sus  signos  más  claros  y  espléndidos,  el  Foro  romano constituye uno de los hechos urbanos más iluminadores de cuantos podamos conocer

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