domingo, 16 de enero de 2011

Exposición conmemorativa del 7º centenario de Turku Turku. 1929 (VI)

La forma del escenario cumplía perfectamente su doble misión funcional-conceptual. Desde un punto de vista técnico-racional, su función de caja acústica (caja de resonancia) que mejora y amplifica la emisión sonora convirtiéndose en proyector sonoro gracias a la curvatura ascendente de la pared (fondo) del escenario, queda debidamente justificada. Por otro lado y al mismo tiempo, actúa como elemento escultórico y simbólico dentro de la exposición, estando dotado de un valor iconográfico32 preciso, que se manifiesta en su formalización abstracta y que le confiere una dimensión estético-poética difícil de explicar.
La aparente simplicidad constructiva con la técnica tradicional en el uso de la madera, en este caso lisa y sin tratar que podía tener su origen en la tan admirada arquitectura vernácula de Carelia33, contrasta nuevamente con unos dibujos concienzudamente acotados que muestran cómo una serie aritmética es la responsable de ordenar el remate del gran telón del escenario. El gran número de dibujos: perspectivas, secciones y alzados en abundancia repetidos una y otra vez (que hemos podido constatar físicamente en el archivo de Alvar Aalto) delatan el gran interés y enorme cuidado que puso en esta construcción.
Esta multiplicidad de intenciones y de interpretaciones que caracteriza a las buenas obras se puede leer también como un intento de dar respuesta a la estandarización funcionalista que predominaba en la mayoría de pabellones, anticipándose de esta manera práctica a lo que
iba a ser años más tarde su postura crítica en algunos de sus escritos que analizaremos con detalle más adelante.
Con este elemento en relación directa con la música (arte) y, en definitiva, con la cultura más cercana al hombre, Aalto vuelca su sensibilidad humanista camuflada bajo una túnica funcionalista (como arquitecto miembro del movimiento moderno europeo). Debido a las manifestaciones públicas y propagandísticas de sus contactos con Gropius y Moholy- Nagy en el segundo congreso del CIAM, muchos críticos coinciden en apuntar que Alvar Aalto se convierte en “un apasionado partidario del funcionalismo”. Lo cierto es que Aalto no dejó nunca de poner en duda el funcionalismo y su carencia de humanidad,34 y su más que dudosa directa aplicación a la arquitectura. Incluso en la Exposición de Estocolmo del año 1930, proyectada por Asplund y claramente funcionalista, Aalto escribiría a su regreso de Suecia un artículo35 en el que ponía de manifiesto su manera de entender aquella exposición, más cercana al hombre que a la máquina, visión que, por una cierta proximidad temporal, podríamos hacer extensiva al espíritu que Aalto habría intentado expresar y transmitir con su Exposición de Turku.

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