Por lo tanto, para que esto suceda es necesario
que un momento de decisiva importancia histórica y política
coincida con una arquitectura racional y definida
en
sus
formas;
entonces es posible por parte
de
la
comunidad resolver el problema de la elección, querer una ciudad y rechazar otra.
Me ocuparé de ello al hablar del problema de las elecciones y del problema político
de la ciudad.
Por ahora es útil afirmar el hecho
de que ninguna elección puede ser hecha
sin
estas
condiciones; y de que la constitución de un hecho urbano no es en si misma posible sin
esta coincidencia.
Los principios de la arquitectura son únicos e inmutables;
pero las respuestas que las
situaciones concretas, las
situaciones humanas,
dan
a
cuestiones diferentes son continuamente diferentes también. Por un lado tenemos,
pues,
la
racionalidad
de
la
arquitectura. Por el otro, la vida de las obras.
Cuando la arquitectura plantea el problema de la constitución de nuevos hechos urbanos
que no responden a la situación
real de la ciudad, se plantea necesariamente en el plano
del esteticismo; sus resultados sólo
pueden
corresponder históricamente a los movimientos reformistas.
Esta asunción
de los hechos urbanos como principio
y fundamento de la constitución de la ciudad niega y se contrapone al problema del town-design. El problema del diseño a escala urbana es entendido normalmente
en
el
sentido
del
ambiente; se trata
de
configurar, de construir un ambiente homogéneo,
coordinado,
continuo
que
pueda
presentarse con la coherencia de un paisaje.
Se investigan leyes, motivos,
órdenes, que no surgen de la realidad histórica
de la ciudad como ella es, sino que van ligados
a un plan, a un diseño general
de cómo debe ser.
Estas teorías son aceptables y concretas sólo cuando conciernen a una «parte de ciudad» en el sentido en el que hemos hablado
de ésta en el primer capítulo,
o cuando se refieren a un conjunto de edificios. Esta
teoría
no
puede
desembocar en nada positivo en la formación
de
la
ciudad;
también es cierto que muchas
veces
los
hechos
urbanos
se
presentan como
traumas en el interior
de
cierto
orden
y
sobre todo como
algo
que
constituye, no como algo que continúa
las formas.
Una concepción de este tipo, que reduce la forma de los hechos urbanos a una imagen y al gusto con que esta imagen es captada, resulta demasiado limitada en la comprensión de la estructura de los hechos
urbanos;
a
esta
concepción
se opone en cambio
la
posibilidad de establecer hechos urbanos en toda su entereza, capaces,
pues, de resolver
una parte
de
ciudad
de
manera completa determinando todas las relaciones que se
pueden establecer en cierto hecho.
En un reciente
estudio sobre la formación de la ciudad moderna, Carlo Aymonino? ha ilustrado cómo la tarea de la arquitectura moderna es la de poner a punto una serie de conceptos y de relaciones
que, si
bien
tienen
desde el punto de vista tecnologico y distributivo algunas
leyes
fundamentales comunes a todos. se verifican en modelos
parciales y diferenciados precisamente por medio
de
su
resolución
en
una
forma arquitectónica completa y
particularmente reconocible. Afirma además que,
roto el sistema de los destinos de uso en el plano
horizontal, previsión de zona, y de la utilización edificatoria puramente volumétrico-cuantitativa (normas y reglas), la sección arquitectónica se convierte en una de las imágenes de partida, en el núcleo generador
de toda la composición.
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