martes, 11 de septiembre de 2012

Part XVII


Se puede afirmar que esta elección es indiferente; pero sería simplificar trivialmente la cuestión. No es indiferente; Atenas, Roma, París son también la forma de su política, los signos de una voluntad.

Desde   luego,   si   consideramos   la   ciudad   como   manufactura,   al   igual   que   los arqueólogos, podemos afirmar que todo lo que se acumula es signo de progreso; pero ello no quita que existan valoraciones de este progreso. Y diferentes valoraciones de las elecciones políticas.

Pero entonces la política, que parecía ajena, casi mantenida lejos de este discurso sobre la ciudad, hace su aparición en primera persona; se presenta del modo que le es propio en el momento constitutivo.

Entonces la arquitectura urbana -que, como sabemos, es la creación humana- es querida como tal; el ejemplo de las plazas italianas del Renacimiento no puede ser referido ni su  función,  ni  a  la  casualidad.  Son  un  medio  para  la  formación  de  la  ciudad,  pero  se puede repetir que lo que parece un medio ha llegado a ser un objetivo; y aquellas plazas son la ciudad.

Así, la ciudad se tiene como fin a misma y no hay que explicar nada más que no sea el hecho de que la ciudad está presente en estas obras. Pero este modo de ser implica la voluntad de que esto sea de este modo y continúe así.

Ahora  bien,  sucede  que  este  modo  es  la  belleza  del  esquema  urbano  de  la  ciudad antigua, con la que se nos da el parangonar siempre nuestra ciudad; ciertas funciones como tiempo, lugar, cultura modifican este esquema como modifican las formas de la arquitectura; pero esta modificación tiene valor cuando, y sólo cuando, ella es un acto, como acontecimiento y como testimonio, que hace la ciudad evidente a sí misma.

Se ha visto mo  las épocas de nuevos acontecimientos  se  plantean  este  problema;  y sólo  una  feliz  coincidencia  da  lugar  a  hechos  urbanos  auténticos;  cuando  la  ciudad realiza  en   misma  una  idea  propia  de  la  ciudad  fijándola  en  la  piedra.  Pero  esta realización puede ser valorada sólo en los modos concretos con los que ésta acontece; hay una relación biunívoca entre el elemento arbitrario y el elemento tradicional en la arquitectura urbana. Como entre las leyes generales y el elemento concreto.

Si en toda ciudad hay personalidades vivas y definidas, si toda la ciudad posee un alma personal  hecha  de  tradiciones  antiguas  y  de  sentimientos  vivos  como  de  aspiraciones indecisas, no por esto es independiente de las leyes generales de la dinámica urbana.

Tras  los  casos  particulares  hay  hechos  generales,  y  el  resultado  es  que  ningún crecimiento urbano es espontáneo, sino que las modificaciones de estructura se pueden explicar por las tendencias naturales de los grupos dispersos en las diversas partes de la ciudad.

En fin, el hombre no sólo es el hombre de aquel país y de aquella ciudad, sino que es el hombre  de  un  lugar  preciso  y  delimitado  y  no  hay  transformación  urbana  que  no signifique también transformación de la vida de sus habitantes. Pero estas reacciones no pueden  ser  simplemente  previstas  o  fácilmente  derivadas;  acabaremos  atribuyendo  al ambiente físico el mismo determinismo que el funcionalismo ingenuo ha atribuido a la forma.  Reacciones  y  relaciones  son  difícilmente  individualizables  de  modo  —están comprendidas en la estructura de los hechos urbanos.

Esta dificultad de individualización nos puede inducir a buscar un elemento irracional en  el  crecimiento  de  la  ciudad.  Fue  este  crecimiento  es  tan  irracional  como  cualquier obra de arte; el misterio estriba quizás y sobre todo en la voluntad secreta e incontenible de las manifestaciones colectivas.

Así, la compleja estructura de la ciudad surge de un discurso cuyos puntos de referencia pueden parecer abstractos. Quizás es exactamente como las leyes que regulan la vida el destino de cada hombre; en toda biografía hay motivos suficientes de interés, si bien toda biografía está comprendida entre el nacimiento y la muerte.

Es cierto que la arquitectura de la ciudad, la cosa humana por excelencia, es el signo concreto  de  esta  biografía;  aparte  del  significado  y  del  sentimiento  con  los  que  la reconozcamos.

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