lunes, 24 de junio de 2013

La competitividad del capital y sus efectos sobre los lugares - IV

¿Cómo se distribuyen los beneficios del progreso tecnológico cuando el juego de fuerzas tiende a igualar salarios a la baja y en muchos mercados predomina el monopolio? El hecho de que esta etapa de globalización se da desde muy diversos puntos de partida históricos, nacionales o regionales, aún cuando hay una tendencia general a la baja, genera una aguda diferenciación de costos del trabajo dentro de la misma periferia (ver cuadro 3). Las tendencias a la homogeneización que teoriza el modelo neoclásico tienen tiempos y obstáculos reales y juegan poderes extraeconómicos que de por sí invalidan los supuestos de estática comparativa en que se basa. Es más, en términos de desarrollo humano, esas tendencias pueden significar una degradación de sociedades completas, la que será difícil de revertir en el futuro sin la mediación de acciones políticas fuertes. Esto no es de interés para el economicismo, cegado por la mistificación de sus modelos.
El caso de Argentina es paradigmático, pues a pesar de la caída de los salarios reales tiene aún por delante un enorme diferencial con su vecino Brasil, y pensar que pueda llegar a competir en costos salariales con Malasia o China supone aceptar que el objetivo nacional no es el desarrollo social sino ser parte de una acumulación de capital que acompaña al subdesarrollo social (ver cuadro 3). A la vez, en buena medida por el abandono del sistema de investigación y por la desindustrialización propiciada a partir de la dictadura (1976-1983), no cuenta con las ventajas de un sistema científico-productivo de alta complejidad, base de una productividad no basada en la sobreexplotación del trabajo, que podría contribuir a compensar los costos de salarios relativamente altos, como es el caso de los países europeos o de Estados Unidos.
No es irrelevante recordar que, aún con esas ventajas, Europa y Norteamérica mantienen un estado activo y se protegen de la competencia exterior, algo que se considera anatema para las fórmulas que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio aconsejan o imponen a nuestras sociedades a través de los gobiernos. Aunque la literatura se centra en la importancia de competir por el capital para producir bienes exportables, la falta de competitividad supone no sólo que no se exporta sino que se importa de todo, sustituyendo la industria nacional. El poder de un estado para proteger el mercado interno, permitiendo a sus ciudadanos gozar de más altos niveles de empleo, ingreso y calidad de vida, debería ser visto no como un atentado a la competitividad sino como un factor de la competitividad del país.

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