miércoles, 5 de abril de 2017

La percepción del espacio



En 1993 recibí un regalo. Un hermoso dibujo a lápiz de 1987 del arquitecto Juan Carlos Calderón. La imagen es la escultura dedicada a la comunicación que el arquitecto diseñó para el ingreso del auditorio de una de sus obras más emblemáticas: el Palacio de Comunicaciones. El motivo de ese obsequio fue un texto de apoyo que escribí para el amigo y colega contra el ente colegiado de La Paz que le hacía la guerra denostando su trabajo con argumentos propios de la bajeza humana. Todos en este medio sabemos que, cuando no se pueden combatir las ideas con ideas y las creaciones con creaciones, sirven todo tipo de artimañas y subterfugios.

Pero los años pasan y todo se ubica en su verdadero lugar. Se sepultan inexorablemente la envidia y la mezquindad y sobreviven las obras llevadas con ética y estética. Y de ello puede dar fe el maestro que sigue exponiendo sin pausa su obra y pensamiento. Hasta el 31 de marzo, en la sala de exposiciones de la CAF se presentan obras de su última etapa junto a otras reflexiones en la muestra denominada La percepción del espacio. En ese ambiente se desarrolla una breve revisión histórica que recorre la arquitectura en Bolivia: lo prehispánico, lo virreinal, la incipiente modernidad con identidad en la figura del gran arquitecto Emilio Villanueva, y culmina con la presentación del pensamiento organicista de Calderón materializado en maquetas y dibujos.

En ese panorama, entre histórico y testimonial, se presentan además dos piezas fundamentales. La primera es un dibujo original de 1920 de Emilio Villanueva para el plan urbano de Miraflores. Una obra maestra. Un dibujo de valor patrimonial que, por falta de espacio, se montó inadecuadamente. El otro objeto es una pieza de culto para la corriente organicista: la concha marina Nautilus pompiluis, una obra de la naturaleza.

Luz. El espacio que acoge la muestra resulta, por su luminosidad, para realzar la obra del arquitecto.

A pesar de las diferentes experiencias personales, siempre he destacado dos atributos en la figura de Calderón: su categoría de maestro y su pasión por el oficio. Ambos atributos se reúnen, por si fuera poco, en un talento innato que se expresa con una potente capacidad gráfica. Calderón, aparte de materializar sus ideas, es un arquitecto con un dibujo excepcional.

En un oficio tan exigente y difícil como la arquitectura pocos alcanzan el denominativo de maestro. Primero, y ante todo, se debe nacer con el don para “proporcionar a la vida una estructura más sensible” y para ser “el hombre sintético, el que es capaz de ver las cosas en conjunto antes de que estén hechas”. Frases de Alvar Aalto y Antonio Gaudí que suscribo.

Pareciera anacrónico afirmarlo pero esto es así: se debe nacer con un soplo divino que no llega a todos. Un arquitecto nace, no se hace. Con el ejercicio de ese talento, discípulos o seguidores de varias generaciones se amontonan alrededor de su figura. Y eso es algo que hoy en día debemos saber aquilatar. El maestro pertenece a una generación que no volverá a reproducirse. A ese talento innato debemos sumar una pasión y un carácter indoblegables que permitieron a Calderón soportar la tarea de hacer buenas obras en un medio que, por miserable o angurriento, desprecia la buena arquitectura. Durante muchos años, obstinadamente, Calderón logró sobreponerse a diversos momentos políticos, a variadas crisis económicas y a muchas caídas existenciales de la profesión.

En la muestra de la CAF se puede apreciar una parte de la obra gráfica de Calderón. Se exponen algunas perspectivas de proyectos y bocetos sobre el movimiento perpetuo de las cosas. El tiempo y el espacio están allí representados como muestras del organicismo en la arquitectura. Se trata de dibujos convertidos en patrimonio invalorable para las futuras generaciones de estudiantes y profesionales que, por una decisión del maestro, formarán parte del acervo de la universidad pública.

A pesar del tamaño de la sala, la intención conceptual de esta exposición era insertar la corriente organicista en la historiografía arquitectónica boliviana. Sabiendo que en este medio no solo existen envidias y mezquindades sino también olvidos, quizás Calderón pensó en la importancia de seguir difundiendo esa corriente. No lo creo necesario, porque un día después de la inauguración, al salir de la sala de exposiciones con el amigo y artista Gastón Ugalde recorrimos y fotografiamos el edificio de la CAF. En un alto nos preguntábamos si es la obra más importante de la arquitectura de este tiempo. Y esa pregunta, creo, es suficiente para constatar que la obra de Juan Carlos Calderón está en la historia de las creaciones bolivianas y su valor histórico está materializado en la tectónica y la luminosidad de ese espacio.

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