lunes, 6 de agosto de 2012

Individualidad de los hechos urbanos. - IX


Ahora  bien,  para  llevar  adelante  este  análisis  no  nos  es  posible  hacer  otra  cosa  que enfrentarnos con algunos de estos hechos típicos o singulares, e intentar entender mo estos problemas surgen y se iluminan en ellos y a través de ellos. Quizás estos nuevos razonamientos  sobre  las  cosas,  sobre  la  ciudad  como  arquitectura,  podrán  ofrecernos nuevos fundamentos o al menos una nueva comprensión.

Los arquitectos de todos los tiempos se han dado cuenta de esto; y los arquitectos de la época  moderna  han  intentado  sistemas  lógicos  para  recuperar  este  hecho,  pero  no siempre sus resultados han sido positivos; a veces los lugares y las culturas particulares les han favorecido, otras veces estos mismos elementos les han engañado.

Se  me  ocurre  pensar  muchas  veces,  desde  este  punto  de  vista,  en  el  valor  del simbolismo  en  arquitectura;  que  es  probablemente  la  explicación  más  sensata  del simbolismo  (pensar  de  hecho  en  el  simbolismo  como  en  la  construcción  misma  del símbolo de un acontecimiento es una mera posición funcionalista).

 entre   lo simbolistas,   pienso   en   los   arquitectos   de   la   Revolución    en   los constructivistas (también ellos entre los otros arquitectos de la Revolución), así como precisamente en los momentos decisivos de la historia la arquitectura se repropone esta necesidad de ser «signo» y «acontecimiento» para poder fijar y construir ella misma una época nueva.

En el mbolo, pues, se resume por un lado la arquitectura y sus principios, por el otro hay la condición misma de construir el impulso. La esfera no sólo representa, o mejor, no  representa  sino  que  es  por   misma  la  idea  de  una  igualdad,  su  presencia  como esfera. Y por esto, como monumento, es la constitución de la igualdad. La trabazón cola  continuidad  de  los  hechos  urbanos  está  como  perdida  y  debe  ser  encontrada  en condiciones nuevas y que son nuevos fundamentos. Se piensa siempre en la discusión sólo aparentemente de naturaleza tipológica sobre las plantas centrales en el período del humanismo: «la función del edificio es doble, disponer el alma lo mejor posible para sus facultades contemplativas y con ello llegar a una especie de terapéutica espiritual que exalta y purifica el espectador; y hasta la sublimidad misma de la obra realiza un acto de adoración que adquiere el tono religioso a través de la belleza absoluta».

Ahora  bien,  las  disputas  sobre  la  planta  central,  mientras  van  acompañadas  de  las tendencias  de  reforma  o  de  simplificación  de  la práctica  religiosa  en  el  interior  de  la iglesia, recuperan un tipo de planta que había sido una de las formas típicas de la Baja Antigüedad  antes  de  convertirse  en  el  tipo canónico  de  Iglesia  del  Imperio  bizantino. Chastel resume todo ello cuando afirma: «[...] tres series de consideraciones jugaban a favor de la planta central: el valor simbólico anexo a la forma circular, el gran número de especulaciones geométricas provocadas por el estudio de los volúmenes en los cuales venían combinándose esfera y cubo, y el prestigio de los ejemplos históricos».

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