Ahora bien, para llevar adelante este análisis
no
nos
es
posible
hacer
otra
cosa
que
enfrentarnos con algunos
de estos hechos típicos o singulares, e intentar entender cómo
estos problemas surgen y se iluminan en ellos y a través de ellos. Quizás estos nuevos razonamientos sobre
las
cosas,
sobre
la
ciudad
como arquitectura, podrán ofrecernos nuevos fundamentos o al menos una
nueva comprensión.
Los arquitectos de todos los tiempos se han dado cuenta de esto; y los arquitectos de la época moderna han intentado sistemas lógicos para recuperar este hecho, pero no
siempre sus resultados han sido positivos;
a veces los lugares y las culturas particulares les han favorecido, otras veces estos mismos elementos
les han engañado.
Se me
ocurre
pensar
muchas
veces,
desde este punto de vista, en el valor del
simbolismo en arquitectura; que es probablemente
la
explicación más
sensata
del
simbolismo (pensar de hecho en el simbolismo
como en la construcción misma del símbolo
de un acontecimiento es una mera posición funcionalista).
Y entre los simbolistas, pienso
en
los
arquitectos
de
la
Revolución y
en
los constructivistas (también ellos entre los otros arquitectos de la Revolución), así como precisamente en los momentos decisivos de la historia
la arquitectura se repropone esta necesidad de ser «signo» y «acontecimiento» para poder fijar y construir
ella misma una época nueva.
En el símbolo, pues, se resume por un lado la arquitectura y sus principios, por el otro hay la condición
misma de construir el impulso. La esfera no sólo representa, o mejor, no representa
sino
que
es
por
sí
misma la idea de una igualdad, su presencia como esfera.
Y por esto, como monumento, es la constitución de la igualdad. La trabazón con la continuidad de
los hechos urbanos
está como perdida y debe ser encontrada
en
condiciones nuevas y que son nuevos fundamentos. Se piensa siempre en la discusión sólo aparentemente de naturaleza tipológica sobre las plantas centrales
en el período del
humanismo: «la función del
edificio es doble, disponer el alma lo mejor
posible para sus facultades contemplativas y con ello llegar a una especie de terapéutica espiritual que exalta y purifica el espectador; y hasta la sublimidad misma de
la obra realiza un acto de adoración que adquiere el tono religioso a través de la belleza
absoluta».
Ahora bien, las disputas sobre la planta
central,
mientras
van
acompañadas
de
las
tendencias de
reforma o de simplificación
de
la práctica religiosa en el interior
de la iglesia, recuperan un tipo de planta que había sido una de las formas típicas de la Baja Antigüedad antes de convertirse
en
el
tipo canónico de Iglesia
del
Imperio bizantino. Chastel resume todo ello cuando afirma: «[...] tres series de consideraciones jugaban a
favor de la planta central: el valor simbólico anexo a la forma circular, el gran número de especulaciones geométricas provocadas
por el estudio de los volúmenes en los cuales
venían combinándose esfera y cubo, y
el prestigio de los ejemplos
históricos».
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