Por otra parte, allí
donde esto no sucede, como en
gran parte de Alemania y en Berlín,
el fenómeno se produjo con las mismas consecuencias cuando en 1808, en cumplimiento de la propuesta
de
Adam Smith, la ley financiera
de
aquel año permitió que las propiedades públicas fueran empleadas
en
la
extinción
de
las
deudas
de
Estado
y
los
terrenos públicos fueron convertidos
en
«propiedad
lo
mas posible privada, libre
e
irrevocable». Así aquí también el suelo, convertido en mercancía
comerciable, se vuelve objeto del monopolio económico.
En su historia de desarrollo
moderno de Berlín, Hegemann ha puesto completamente de
relieve las consecuencias espantosas que tuvieron para la ciudad y para los trabajadores
alemanes después de estas iniciativas hasta aquel famoso Plan Regulador
del presidente de Policía de 1853
que dio inicio a los famosos «patios berlineses».
Esta exposición de Bernoulli y todas las tesis de este tipo, particularmente iluminadoras en muchos aspectos,
deben ser criticadas con dos argumentos
distintos.
El primero se refiere a la validez en el tiempo de este análisis,
al hecho en suma de que éste nos explica
ciertos
aspectos,
desde luego
imponentes, pero no definitivos
de la ciudad capitalista-burguesa. Y de que, además, estos aspectos hacen referencia más bien a leyes económicas
generales
que
debían
manifestarse
de
algún
modo
y
que,
por
lo
tanto, a mi parecer,
fueron concretamente un momento positivo
en el desarrollo de la ciudad; el fraccionamiento del terreno, mientras que por un lado es una degeneración de la ciudad,
por el otro promueve concretamente su desarrollo. Podemos tomar otra vez
las conclusiones de Hallbwachs, que antes he expuesto adecuadamente, las cuales nos dicen que no se debe dar importancia
de primer orden al modo preciso, concreto,
de la realización de un hecho
general
que se debe producir necesariamente pero
que
no
cambia de significado
por
haberse producido en aquella forma, en aquel lugar y en aquel momento,
más bien que en una forma,
un lugar o un momento diferentes.
De hecho, se ha visto cómo las grandes expropiaciones, y también por una parte la aumentada
subdivisión
de
los
terrenos
urbanos, se pone en primer
plano
con
la
Revolución francesa y con la ocupación napoleónica, pero ya había claros precedentes en las reformas de los Habsburgo y hasta de los Borbones,
y que al fin se manifiestan también en un país tan profundamente reaccionario como la Alemania
prusiana.
Se trata, en suma, de una ley general por la que debían pasar los Estados
burgueses, y como tal es positiva. El fraccionamiento de las grandes propiedades; las expropiaciones y la formación de una nueva situación catastral es en suma
un
momento
económico,
necesario, de
la
evolución
de
la
ciudad
en
Occidente;
lo
que
se
puede
resaltar
es
el
carácter político con el que se realiza
este proceso y sólo en la elección política se puede encontrar una necesaria diferencia.
Acerca de ello, de hecho, no se puede ignorar el aspecto sustancialmente romántico de
los socialistas a lo Bernoulli
y a lo Hegemann que, en términos históricos y económicos, reflejan el romanticismo de los Morris y de todo el origen del movimiento moderno de la arquitectura.
Es significativo que Hegemann combata las Mietkasernen en sí sin plantearse
la
cuestión de que al fin y al cabo las grandes
casas
de
vecinos
podían
ser
tan
válidas
desde el punto de vista higiénico, técnico y estético
como las pequeñas
villas.
Como
sucederá precisamente en las Siedlungen de Viena y de Berlín
con
la
adopción
de
ciertos aspectos locales.
No por casualidad
siempre
hay
en
estos
autores
la
referencia
a
la
ciudad
gótica
o
al
socialismo de Estado de los Hohenzollern; situaciones que, incluso
desde el punto de vista urbano,
debían ser superadas
aun a costa de un endurecimiento contingente de la situación.
Con esta referencia al
socialismo romántico introduzco el
segundo
elemento relacionando la tesis de Bernoulli con la visión que centra el problema de la urbanística moderna, el problema de la ciudad, alrededor del nudo
histórico de la revolución industrial.
Esta visión sostiene que la problemática de las grandes ciudades coincide con el período de la revolución industrial y que antes
de ésta el problema urbano
es cualitativamente diferente; con esta premisa sostiene que las iniciativas filantrópicas
y utopistas de éste (socialismo romántico) son en sí positivas e incluso constituyen la base de la urbanística
moderna hasta el punto de que, cuando ellas se pierden,
la cultura urbanística, aislada del debate político,
se configura cada vez más como pura técnica al servicio del poder constituido.
Me ocuparé
solamente de la primera parte de esta afirmación, puesto que todo este libro no sólo considera sino que niega la definición
de la segunda en los términos en que está
planteada.
Ahora sostengo que la problemática de las
grandes
ciudades
precede
al
período
industrial, está vinculada
a la ciudad y por lo tanto siempre ha sido objeto del interés de todos los que se han ocupado de la
ciudad.
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