Como dice Joseph Stiglitz:
Debemos ser claros: los trabajadores de buena parte del mundo tienen razones para desconfiar. La liberalización del mercado de capitales en Asia no
trajo los beneficios prometidos, excepto para unos pocos ricos. En cambio,
empobreció a muchos mediante el mayor desempleo y las bajas de los salarios. Peor aún, los trabajadores han visto como decisiones que afectaban sus
vidas y su subsistencia eran aparentemente impuestas a sus países, con apenas gestos en respuesta a sus preocupaciones, aparte de los sermones sobre
las virtudes de cargar con el sacrificio (Stiglitz 2000: 19).
El balance de las economías latinoamericanas durante 1999 (CEPAL 2000)
habla por sí mismo. La deuda externa de América Latina y El Caribe llegó a
los 750.000 millones de dólares. Honduras, Nicaragua, Bolivia, Guayana, sin
duda, Ecuador están ya en condiciones de acogerse al dudoso privilegio de acceder a los lentos mecanismos de reducción de la deuda por haber entrado en
el grupo de los 70 países más pobres del mundo. Ecuador, de hecho, ya entró
en moratoria en octubre del 99. Se podría ver cómo un logro que la deuda de
la región sólo aumentó un 0.5% ese año, pero desaparece el optimismo cuando se establece que fue debido a las dificultades para acceder a nuevos préstamos, sobre todo privados.
A la resistencia del movimiento indígena a que se dé prioridad el pago de
la deuda externa por sobre la deuda social en México-Chiapas, se suma ahora
la de los indígenas del Ecuador, que cuestionan la dolarización de la economía
y la impunidad de los grupos financieros nacionales que fueron rescatados con
miles de millones de dólares públicos y mantienen sus propiedades a salvo en
el exterior (ante lo cual el sistema internacional permanece tan impávido como
lo hizo en el caso argentino).
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