En el marco de estos acuerdos, pueden surgir sectores con interés en mantener un mercado 'interno' regional, dentro del cual podría seguir operando la
dinámica keynesiana de oferta y demanda efectiva, que se realimenta con una
distribución más igualitaria del ingreso. Sin embargo, las elites políticas de estos países pueden estar más inclinadas a negociar con las elites empresariales de
mirada cortoplacista, si es que no con el establishment internacional, antes que
fundar su legitimidad en políticas de redistribución del ingreso y promoción
del empleo y los derechos sociales, promoviendo una competitividad basada en
el desarrollo organizativo y tecnológico pero, también, en un desarrollo social
de base.
La segmentación parcial de los mercados regionales es insuficiente para
frenar las consecuencias sociales, cada vez más estructurales y no coyunturales, de la globalización del capital. La respuesta que hasta ahora han encontrado,
entre tecnócratas y políticos del establishment, es simple: evitar las consecuencias políticas de la permanencia y agudización de la pobreza, aliviándola con
paquetes de comida, servicios básicos elementales, altas dosis de clientelismo
político y grados variables de represión. En lo simbólico, se da un ataque sostenido desde las corrientes conservadoras, contra la cultura de derechos humanos universales, entendidos como derechos adquiridos (entitlements) que deben
ser garantizados por el Estado, pretendiendo substituirla por una versión diluida de la igualdad de oportunidades o la equidad (Coraggio 1994a). Las corrientes sociales y políticas no satisfechas con este dominio del pensamiento único
agudizan su crítica o se marginan de la gestión estatal, pero aún deben recorrer
el camino de lograr propuestas alternativas cuya viabilidad política pueda ser
construida sobre la base de experiencias que las fundamenten y por la credibilidad de las mayorías.
Es difícil pensar en un camino que conduzca a una sociedad más integrada, substancialmente más equitativa, a través de meras mejorías en la gestión
o de programas marginales. Aunque se corrigiera la distribución de los flujos
futuros de ingreso, se ha acumulado tal desigualdad en la distribución de los
activos, que se vuelve cada vez más necesario incluir una redistribución fuerte
de los mismos como parte de un programa de transformación. Los 'Sin Tierra', en Brasil, están mostrando que en sociedades con una brutal desigualdad
no es posible solo reivindicar subsidios, créditos o programas alimentarios para mejorar la distribución de los beneficios futuros del desarrollo capitalista.
Cuanto más se espere para modificar las políticas, más traumática será la reapropiación de lo acumulado, de manera ilegítima y hasta ilegal, pero por ahora impune.
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