lunes, 18 de enero de 2016

La arquitectura con compromiso social logra el Pritzker



Como “una revelación” describió el jurado del Premio Pritzker (el más importante del mundo en arquitectura) el trabajo con el que el chileno Alejandro Aravena y su estudio Elemental amplían el papel del arquitecto. Autor de las viviendas incrementales —en lugar de recibir un piso terminado el cliente obtiene una casa capaz de crecer cuando su economía lo permita—, Aravena ha demostrado con sus diseños urbanísticos y sus viviendas sociales una preocupación por las ciudades y por la humanidad que habla de una nueva dimensión de la profesión.

Aravena trabajó en la reconstrucción de la ciudad chilena de Constitución, que en 2010 resistió bien a un terremoto de 8,8 grados y mal al posterior tsunami. Elemental consultó con los ciudadanos y propuso recuperar espacio para blindar la urbe ante futuros sismos con un espacio público capaz de disipar la energía sísmica gracias a nuevos parques. Autores de regeneraciones urbanas —como el Parque Periurbano de Calama— y de edificios universitarios en Santiago, Austin (Estados Unidos) o Shanghai (China), combinan el valor representativo con la eficiencia energética, pero su mayor aportación es el principio de que la arquitectura debe recuperar el peso social y alejarse de la irrelevancia.

— Un premio a la arquitectura social ¿se interpreta como una adaptación a la crisis?

— Los arquitectos hemos sido poco entrenados a que nuestro punto de partida quede fuera de la arquitectura. El precio que hemos pagado es el de la irrelevancia. No nos llaman para que nos encarguemos de ningún tema duro. No es el caso de los economistas, los abogados o los ingenieros, a los que se recurre más cuanto mayor es el problema. Eso es lo que como profesión debemos restaurar: la posibilidad de contribuir a resolver problemas fundamentales.

La escasez de recursos obliga a la abundancia de sentido. Mientras que una abundancia de recursos puede llevar a una escasez de sentido: a hacer las cosas simplemente porque puedes, porque tienes el dinero para ello. El caso de Chile, que se encuentra a mitad de camino entre ser lo suficientemente pobre como para tener que justificar las respuestas que das, pero no tan pobre como para actuar solo para sobrevivir, permite inaugurar algo que no existía antes.

— ¿Es compatible levantar símbolos de poder y la arquitectura social?

— No llamaría a nuestros edificios símbolos del poder. Es necesario construir los espacios donde ocurre la vida y construir la vivienda de quien no puede proveérsela a sí mismo. Los arquitectos traducimos los verbos simples: estudiar, trabajar, dormir, comer, encontrarse, disfrutar… a sustantivos: oficinas, escuelas, casas, parques… Hacer otros proyectos es solo un entrenamiento.

— ¿Puede la arquitectura hacer algo por reducir la desigualdad en Latinoamérica?

— Totalmente. La ciudad es un mecanismo muy potente de corrección de inequidades. La desigualdad es un problema económico y también racial y cultural, la redistribución económica requiere una educación. Y eso toma al menos un par de generaciones.

Sin embargo, en la ciudad hay factores que permiten mejorar la calidad de vida sin tener que esperar, como el sistema de transporte público. Las ciudades se miden por lo que uno puede hacer gratis en ellas. ¿Tengo que hacerme socio de un club para disfrutar de la naturaleza o puedo irme a un parque? El transporte, el espacio público y la vivienda son atajos muy poderosos para corregir la inequidad.

— ¿Qué implica premiar a un arquitecto que considera que las favelas no son el problema sino la solución?

— Más que oponernos a las favelas, debemos encauzar su fuerza. Las instituciones por el momento no han sabido resolver el problema de la cantidad de vivienda que tenemos que producir para acomodar a toda la gente que llega a las ciudades. Por eso los asentamientos informales no representan la incapacidad de la gente de acceder a una vivienda decente. Al contrario, demuestran que a pesar de no contar con apoyo oficial la gente puede dotarse a sí misma de una protección contra el medio ambiente.

El mayor problema que se plantea con las favelas es que el bien común no queda garantizado con la acción individual. Eso deja un papel para la arquitectura como canalizadora de las capacidades de la gente para autoconstruir. Nuestras viviendas sociales no están completadas, pero permiten prosperar y tienen un estándar de clase media.

— ¿Cree que la arquitectura va a llegar realmente donde no hay dinero pero faltan soluciones?

— Sería muy malo que los arquitectos nos apartáramos de los problemas complejos. Pero lo que debemos aportar es aquello para lo que fuimos entrenados, con una orientación artística. Muchos de los proyectos en los que nos metemos no tenemos idea de cómo vamos a resolverlos. Pero contamos con la capacidad de traducir el conocimiento a forma.


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