jueves, 14 de enero de 2016

Calderón, el artista de la arquitectura de La Paz



Impecable. Con la corbata anudada a la perfección sobre el cuello de una camisa celeste claro, que resalta su sonrisa y sus ojos limpios, así nos recibe el arquitecto Juan Carlos Calderón en su departamento de la avenida Arce, desde donde se admira la zona de Sopocachi y el símbolo del lugar, el Montículo. Él nació ahí, en 1932, en la casita que con el tiempo se convirtió en la capilla del Montículo.

"Soy más paceño que la mayoría y más sopocachence no puedo ser, porque en gestación he escuchado las campanas de la capilla y el reloj del Montículo. Además, toda la vida que he tenido en La Paz la he vivido en Sopocachi”, afirma el hombre de 83 años con una suave risa. Así se inicia la conversación con uno de los personajes más destacados de la arquitectura de La Paz y Bolivia.


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"He visto todo el cambio. El tranvía que llegaba al Montículo, Calacoto de pura chacras y donde había un hipódromo”, añade el único hijo de Roberto Calderón y de Elena Romero.

Claro, y con sus obras de arquitectura Juan Carlos Calderón contribuyó a todo ese cambio que transformó la ciudad de La Paz -desde los años 70 del siglo pasado- en una urbe de edificios, donde destacan los que él diseñó bajo su credo, la escuela organicista: "que es la convicción de que el hombre es un hijo de la naturaleza y que, como tal, debe entonar su vida y su cultura a sus eternas leyes”.

Sus creaciones son innumerables, pero destacan el Palacio de Comunicaciones, ENTEL, el hotel Plaza, los edificios Illimani, Hansa, de la CAF, el museo Kusillo, la Alianza Francesa y muchas viviendas particulares que se han convertido en símbolo en La Paz y otras ciudades de Bolivia.

Persiguió ese sueño desde niño. Siempre quiso ser un arquitecto, pero no uno cualquiera, sino como el estadounidense Frank Lloyd Wright, considerado uno de los principales maestros de la arquitectura del siglo XX. Recuerda que la primera vez que vio a Lloyd fue en una fotografía en la revista Selecciones, que su papá acostumbraba a comprar. Tenía unos 13 años cuando vio por primera vez el rostro de su inspiración.

En esos tiempos vivía en Sopocachi, entre los tranvías y las visita de todos los domingos al hipódromo de Calacoto (hoy San Miguel) para disfrutar la carreras de caballos junto a su inseparable amigo Jaime Iturri Salinas.

Los dos jovenzuelos frecuentaban tanto el lugar sin tener caballo alguno, hasta que alguien los convenció de hacerse de una yegua que estaba en venta. Para dar la "primera mano” del precio que tenía el animal tuvieron que hacer un sinfín de negocios, incluso vender unos trenes eléctricos. Compraron la yegua y se convirtieron en los propietarios más jóvenes de un caballo en el hipódromo de Calacoto.

"Al padre rector del Colegio San Calixto, el padre Sempere, lo convencimos de que nos dejara llegar un poco tarde una de las mañanas de clases para ir a Calacoto a ver a nuestro caballo entrenar”, recuerda.

Su vida de criador y corredor de caballos terminó en 1952, cuando salió bachiller y decidió ir a estudiar arquitectura a Estados Unidos, donde había nacido Frank Lloyd. "Mi padre no estuvo de acuerdo. Me dijo que mi decisión era como un viaje a la luna. ‘Vas a ir pero no vas a poder volver’, me advertía”, cuenta.

Pero Juan Carlos convenció a su padre y se marchó a Estados Unidos, a la Universidad de Oklahoma. Se fueron con él sus amigos Jorge Aramayo Montes y Ernesto García Antelo.

En la universidad , cuando aún era un estudiante, llegó su primer logro: ganó un concurso para el diseño de un campo botánico. Su proyecto fue elegido entre los trabajos de estudiantes de cinco universidades estadounidenses.

Terminó su carrera a finales de los 50 y decidió quedarse "un tiempo” en Estados Unidos para comenzar a ejercer su profesión. Pero ese tiempo se transformó en 23 años. Los primeros cinco en Nueva York, los siguientes en San Francisco, donde había comenzado el movimiento hippie. Los años 60 estaban en su esplendor.


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"Entonces San Francisco era una ciudad muy humanista, muy lejana a la frialdad de Nueva York”, comenta.

Pero fue en Nueva York donde hizo realidad su mayor sueño: conocer a Frank Floyd. Fue gracias a la pintora María Luisa Pacheco, quien le comentó que Floyd estaba en Nueva York y que sería invitado en uno de los programas de televisión más famosos de la ciudad.

Juan Carlos no se perdió el programa, entonces en blanco y negro. Al concluir el mismo se le ocurrió que podía buscar al arquitecto y lo hizo. A través de la guía telefónica dio con el hotel donde estaba hospedado. Llamó y, para su sorpresa, el maestro de la arquitectura del siglo XX estadounidense aceptó su visita.

"Fue maravilloso. Él tenía 90 años, con una melena blanca, muy linda. Me trató muy bien y hablamos de los desastres que se estaban haciendo en Nueva York, demoler algunos edificios. Entonces me dijo algo muy profético: A ustedes los jóvenes les toca no dejar que eso suceda”, cuenta.

El regreso a Bolivia
A principios de los 70 Calderón estaba establecido en Estados Unidos, cuando una pariente, que pasaba por San Francisco por su luna de miel, lo contactó para pedirle que diseñara su casa en La Paz. Hizo el trabajo desde San Francisco, pero se requería su presencia en La Paz para ver la obra. Así regresó a la ciudad donde nació.

Sus planes eran regresar de inmediato a Estados Unidos. Sin embargo, también uno de sus parientes lo convenció de presentarse a una convocatoria para la construcción de un edificio. Se trataba del edificio de ENTEL, en la calle Federico Suazo. Ganó la convocatoria y ahí terminó la sentencia que su padre le había lanzado 25 años antes: su viaje a Estados Unidos tenía fecha de salida.

En 1972 el arquitecto regresó a su tierra y comenzó la historia de sus grandes obras. Esa historia aún no se termina porque Calderón, a sus 83 años, sigue diseñando. Hoy trabaja en los edificios de la Bolsa Boliviana de Valores, del Ministerio de Economía y otros dos proyectos.

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