EN UNA CHARLA INFORMAL CON ENTENDIDOS EN LA MATERIA | OH SE PROPONE ENTENDER EL VALOR DEL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO DE COCHABAMBA Y CÓMO ÉSTE HA SIDO VULNERABLE A LA INCAPACIDAD DE COORDINACIÓN INTERINSTITUCIONAL, A LA FALTA DE CONCIENCIA COLECTIVA SOBRE LA TRASCENDENCIA DEL PASADO Y A UNA ERRÓNEA CONVICCIÓN DE DESARROLLO Y MODERNIDAD.
10:30, Colegio de Arquitectos. Comparto una pequeña mesa con cinco profesionales de renombre. Soy la única mujer, la única que no es arquitecta y la única que sabe poco del tema. Decido armarme de valor y tomo la iniciativa dando inicio al conversatorio sobre Patrimonio Arquitectónico de Cochabamba propuesto por Carlos Guzmán. Me apresto a preguntar, escuchar y disfrutar del conocimiento, experiencia y anécdotas de mis interlocutores. Escuchan los tópicos que planteo, se miran, sonríen y Mario Moscoso me advierte:
“Tú nos cortas porque de lo contrario podemos salir mañana de aquí”. Por lo visto tienen mucho que decir.
Bien señores, comencemos por entender qué significa hablar del patrimonio arquitectónico de Cochabamba. De forma automática las miradas se vuelcan a Carlos Lavayén.
“En la fase inicial hubo una base Colonial Republicana que propuso un esquema basado en balcones, muros de adobe y cubiertas de teja, y cuya esencia fue la organización del espacio en torno a patios que cumplían relaciones funcionales de familia y sociedad”.
Luego, en plena vida republicana surgen referentes Europeos del Neoclásico donde la ciudad adquiere un escenario diferente conformando una fase intermedia que empieza a modificar las viviendas compactas; esto sucedería alrededor de los años 30.
A partir de 1940, se impone la corriente del Racionalismo que es incorporada -en Cochabamba- por varios arquitectos pero principalmente por Jorge Urquidi, Franklin Anaya y Daniel, Bustos quienes al concluir sus estudios en Chile retornan a Cochabamba dispuestos a modernizarla. Para 1945 el Municipio contrata al urbanista chileno Luis Muñoz Maluchka y junto a él deciden transformar la ciudad: se proyecta abrir las primeras avenidas y pasajes (Sucre, Correo, La Promotora, y La Compañía), se ochavan las esquinas y se diseña un centro ciudad pensado en la circulación de automóviles; pero además, se introducen el ladrillo y la calamina. Urquidi, relata Lavayén, construye el edificio de Teléfonos, una de las primeras edificaciones en altura; Anaya construye la Cámara de Comercio y Bustos el edificio Municipal junto a Urquidi. Estos fueron los tres primeros edificios de Cochabamba.
En síntesis, entre 1930 y 1945 aproximadamente, se ensanchan varias calles del centro sin una política de planificación, incluso la Plaza 14 de Septiembre estaba fuera de rasante; se derriban viviendas de la Colonia para construir edificios en altura, y se apuesta por los pasajes. Se podría decir que en este tiempo, el centro se transforma en busca de la modernidad cuya factura sería la evidencia de grandes debilidades institucionales para resolver un tema que parecía demasiado complejo pero poco trascendental. Lavayén considera que es en este período de tiempo en el que se produce la primera gran merma del patrimonio arquitectónico de la ciudad, el templo de La Merced constituye una de las pérdidas más significativas.
Hacia 1965 con la política (de desarrollo) Americana, se produce un fenómeno importante que da lugar a la valorización de los lotes del centro de la ciudad; curiosamente, con la apertura de la Avenida Perú (Hoy Heroínas), el metro cuadrado de terreno en el centro cochabambino llega a cotizar mejor que en la 5ta. Avenida de Nueva York. Este mercado de suelos produce el deterioro y la desaparición de muchas viviendas tradicionales porque era evidente que ya no interesaba poseer una casa patrimonio sino metros para construir.
Cuando Humberto Coronel Rivas asume la Alcaldía de Cochabamba ya se había perdido parte importante del patrimonio arquitectónico.
“Coronel destrozó la casa de barro y adobe; todo se volvió edificios ante una Alcaldía que cedía y cedía, y que no tuvo la capacidad institucional de acompañar el adecuado crecimiento de una ciudad en transformación”; aún así, remarca Lavayén, “todo el mundo estaba maravillado” con los nuevos edificios y avenidas. La Topadora, como se lo conocía a don Humberto Coronel, “llegó a decir en varias oportunidades que los arquitectos nunca le observaron nada y que lo que hizo fue pensando en el desarrollo de Cochabamba. Evidentemente nunca hubo mala intención de su parte, él solo siguió la tendencia de la lógica del modernismo y el tan anhelado desarrollo”, aclara Lavayén.
Moscoso señala que Humberto Coronel “solo cumplió el plan de Urquidi y de los otros arquitectos de la época”. Lavayén coincide y concluye reconociendo que La Topadora no hizo otra cosa que “resucitar la gestión Municipal aunque con evidentes dificultades para contener la avalancha ocasionada por el valor del suelo”.
Esta apresurada cronología, demuestra que durante el siglo XX hasta el presente, incluso las autoridades, los arquitectos y la propia sociedad han tenido dificultades para visualizar un futuro capaz de resguardar el pasado; evidencia, también, la constante que ha significado la falta de voluntades e intereses comunes en torno a la preservación de la herencia arquitectónica. Así, con similares debilidades, llegamos a nuestros días.
SOLO EL CASCARÓN”
Hoy es típico observar en el “casco viejo” que “a todas las construcciones antiguas que derrumban les hacen un arco grande para que entre la volqueta y pueda sacar los escombros, porque destrozan todo lo que hay atrás y solo dejan la primera crujía o primer cuerpo; es decir, el cascarón”, lamenta Carlos Lavayén.
El más reciente ejemplo es el de la casa de la Avenida Salamanca y calle Chuquisaca. Con profunda nostalgia, los cochabambinos nos hemos convertido en mudos testigos de la demolición del espacio interior de esta vivienda. Lo poco que se ha dejado en pie, la pura fachada prácticamente, ha tenido que ser apuntalada con estructuras de metal para evitar que se venga abajo. En el lote se está construyendo un edificio de varias plantas. La obra es anunciada como un “proyecto de conservación e integración”.
Roberto Flores, Presidente de la Sociedad de Estudios Históricos, Patrimonio y Restauración, SEHIPRE, dependiente del Colegio de Arquitectos, explica que dejar solo la fachada no puede ser considerado un intento por preservar el patrimonio arquitectónico.
El arquitecto Lavayén cuestiona que la Alcaldía haya permitido que se derrumbe el espacio interior de esta hermosa obra constructiva: si hablamos de preservar el patrimonio arquitectónico “no es aconsejable que se destruya el contexto interior”, advierte.
Esta vivienda cuyo primer propietario fue el señor Emilio González Veiga, fue distinguida con el “Premio Municipal de Edificación 1941”; su proyectista, el arquitecto Gustavo Sanjinez, recibió de parte de la Alcaldía un Diploma de Honor. Con premio y diploma Municipal, la casa que mantuvo en pie por más de 76 años y formó parte del cotidiano de varias generaciones, hoy es un roto cascarón.
Lavayén cuenta que “en otros países, el proyecto es analizado entre los técnicos municipales, los restauradores, los arquitectos y los propietarios, y entre todos deciden aquello que es compatible para la comunidad”; en cambio acá, “los arquitectos nos sentimos violados e impotentes”, añade Rafael Sainz, Presidente del Colegio de Arquitectos.
LLAMADOS A DEFENDER EL PATRIMONIO NATURAL Y CULTURAL
El patrimonio arquitectónico como el cultural, se ve afectado de cierta forma, por el patrimonio natural, aquel que en Cochabamba también se ha ido perdiendo con los años en ausencia de una política de conservación que ayude a crear conciencia ciudadana.
Mario Moscoso señala que los cochabambinos deberíamos estar dispuestos a defender tanto el patrimonio natural como el cultural: “Antes había una gran cantidad de lagunas en Cochabamba, era un lugar de varias Qhochas (pantanos). Yo he navegado en la laguna Cuéllar y me he bañado en la laguna que había al final de la Heroínas (Zona San Pedro). Hoy, con tanto cemento y pocos árboles, las lagunas se han secado por lo que las condiciones de humedad relativa, temperatura y vientos, se han visto afectadas. Los arquitectos pensamos que los árboles tienen raíz cuadrada porque los queremos modificar a machetazos o enmarcar en cuadrados de cemento; esas cosas irracionales se han dado y han afectado a la conservación del patrimonio natural de Cochabamba, considerada antes ciudad jardín y que ahora no llega ni a categoría macetero”.
Este arquitecto responsable de llevar a cabo las restauraciones más significativas de Cochabamba, confiesa que los arquitectos, incluido él, han cometido dos errores: “Primero, pensar que a la ciudad se la podía transformar como si fuera parte de un queso; y segundo, creer que la arquitectura es solo fachada cuando sobre todo es volumen y espacio; por eso se derrumba casi todo lo que hay en el espacio y se mantiene la fachada apuntalándola y listo. Hay casos trágicos donde se pretende hacer desarrollo sobre una cultura existente”.
La palabra de este arquitecto representa autoridad en el ámbito de la restauración y preservación del patrimonio arquitectónico de Cochabamba; por sus manos han pasado obras de envergadura como La Casona de Mayorazgo, el templo de San Francisco, la Catedral Metropolitana, y la vivienda de la familia de Francisco Mena, entre otras edificaciones.
Moscoso está concluyendo la restauración del templo de Santa Teresa, un trabajo de mucho detalle y exigencia iniciado hace cinco años; una vez concluida su restauración, procederá a restaurar y revitalizar el convento, obra adjudicada, también, a partir de un concurso latinoamericano.
POLÍTICAS DE APOYO A LA PRESERVACIÓN
Los arquitectos coinciden en señalar que, ante la ausencia de políticas de apoyo a la preservación del patrimonio arquitectónico, la mayoría de los propietarios espera que sus viviendas se caigan para poder emplazar construcciones nuevas, lo que resulta más práctico y conveniente que tratar de preservarlas.
Lamentan que no existan políticas de Estado que procuren la preservación del patrimonio como en otros países en los que, por ejemplo, al propietario de un patrimonio se lo libera del pago de impuestos, se le proporciona un arquitecto especialista sin costo alguno, y se financia un proyecto de factibilidad para que ese inmueble le sea rentable a su dueño. En Bolivia, en cambio, la preservación de un patrimonio arquitectónico privado depende, exclusivamente, de la iniciativa y esfuerzo del propietario.
AUSENCIA DE UN TRABAJO COORDINADO
Si bien se cuenta con un aparato estatal organizado en torno a una Ley No. 530 del Patrimonio Cultural Boliviano que, desde lo formal, norma la tuición de los diferentes niveles del poder del Estado, es evidente que el problema radica en la capacidad de trabajo cohesionado, transparente y con la mirada puesta en el bien común.
Los trabajos de remodelación y restauración de la Plaza 14 de Septiembre revelaron estas debilidades. Roberto hace notar que no existió un esfuerzo coordinado que encarara el proyecto como una sola unidad; así, por ejemplo, el arquitecto Moscoso intervino en la restauración de la columna del Cóndor, la fuente de las tres gracias, y los frisos de la Farmacia Boliviana. Por falta de un trabajo integral, asegura Flores, es que muchos detalles de las cuatro galerías no han sido preservados.
Sobre esta obra, Carlos Lavayén asegura que si bien hubo aciertos también hubo problemas: “No se hizo un trabajo integral quizá porque las dos principales entidades públicas son gestionadas por partidos políticos adversos”; Mario Moscoso coincide y señala que el proyecto estuvo politizado, situación que lamenta por la alta especialización técnica que demandaba la recuperación de la Plaza.
EL COLEGIO DE ARQUITECTOS ES UN ESTORBO
El actual Presidente de la institución colegiada señala que la gestión Municipal actual trata de minimizar al Colegio, y cuestiona la forma cómo la Alcaldía se ha acostumbrado a buscar consensos. “Hay que entender lo que es una verdadera socialización: Ellos (la Alcaldía) creen que es que nos convoquen y nos den un gran pantallazo del proyecto, lo cual es insuficiente para que podamos brindar un criterio técnico”.
Estas dificultades de relacionamiento interinstitucional, sin embargo, siempre han existido. Carlos Guzmán recuerda que mientras era Presidente del Colegio de Arquitectos, lidió con las autoridades de entonces para evitar que la Alcaldía disponga de una fracción del Parque Ex Combatientes: “En 1998 la Alcaldía llegó a vender una parte del parque, pero intervinimos y logramos que la venta fuera revertida, gracias a eso hoy el parque está íntegro aunque luego de esa batalla con el Municipio, el Alcalde trató de evitar el requisito de la visación o aprobación de nuestro Colegio”.
“A partir de la gestión del Alcalde Edwin Castellanos se dejó de lado un convenio que se tenía entre nuestra institución y la Alcaldía. Antes, el Municipio contaba con una Unidad de Patrimonio de la cual se participaba, pero ahora la han jerarquizado convirtiéndola en Departamento para que de esa forma sea esta instancia la responsable de aprobar todos los proyectos limitando así al Colegio de Arquitectos a la otorgación del visado. El visado que realiza el Colegio de Arquitectos solo verifica el control del ejercicio profesional del arquitecto y otorga el registro de propiedad intelectual. Al final, el informe que viabiliza cualquier proyecto es otorgado por la Alcaldía, no el Colegio pues no tenemos la autoridad para eso; nos limitamos a mandar cartas con recomendaciones y sugerencias técnicas, pero no nos hacen caso”, explica Sainz quien añade que lo que está ocurriendo es que se aprovecha la noche, los feriados, o los fines de semana para demoler las viviendas; se paga la multa, se presenta el proyecto y la Alcaldía aprueba.
LA UNIVERSIDAD NO ES ESCUCHADA
Para Carlos Guzmán, cuya experiencia académica se traduce en 34 años de docencia, el Decanato y la Jefatura de la Carrera de Arquitectura de la UMSS, la participación de la Universidad Pública Autónoma se ha limitado a enviar delegados a ciertos eventos. Asegura que no hay y no hubo un trabajo interinstitucional a pesar de buscar mayor interacción: “A través del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Arquitectura logramos concretar algunas iniciativas con el Alcalde Chaly Terceros, pero más allá de eso, la relación no prosperó. A pesar de los esfuerzos, el Municipio no permite la participación de la Universidad”.
Por su parte, Moscoso dice que está preocupado por lo que no pudo hacer como Decano, dando a entender que pudo mejorar la calidad del perfil profesional, formar un arquitecto con mayor solvencia, capacidad de visualización y personalidad para hacerse respetar a la hora de encarar un proyecto, renunciando a modas y a caprichos del cliente.
EL CONCEPTO DE MODERNIDAD ES EL QUE HAY QUE CAMBIAR
Lavayén asegura que “la aspiración de la gente a la modernidad es mal entendida, se necesita crear conciencia a través de la educación”. Este arquitecto historiador, dice que el riesgo mayor es que “todo lo que se hace en la ciudad sirve de modelo de intervención en las provincias porque la conducta de gestión urbana es importante para la conducta pedagógica de actuación de las provincias”.
Moscoso cuenta que alguna vez propuso recorrer diferentes espacios públicos de la ciudad como plazas y parques con un teatro sobre ruedas que demostrara, por ejemplo, que Venecia, España y cualquier país Europeo vive del turismo gracias a su patrimonio arquitectónico. Recuerda también que tuvo la oportunidad de proponerle a Carlos Mesa cuando era Presidente de la República, que la universidad cualifique y sensibilice a los funcionarios públicos sobre patrimonio arquitectónico y planificación: “Le propuse que se hiciera una normativa que exija al funcionario público pasar esos cursos para que así pueda tener criterio formado”. La propuesta no maduró.
Mario Moscoso: “¿Por qué vamos a hacer desarrollo sobre otra cultura? Aún no hemos aprendido la lección; seguimos bárbaros creyendo que la modernidad es sacar todo lo antiguo; hoy, tal vez, estamos peor que antes”.
Guzmán culpa a las fuerzas del mercado y señala que pocos son los profesionales que se mantienen consecuentes con su formación.
Para Guzmán, el patrimonio arquitectónico es una fuente de conocimiento acerca del pasado lo que permite guardar y reforzar nuestra identidad para comprenderla: “Voy a tratar de explicarlo con una anécdota. Cuando llevamos a conocer la ciudad al maestro de la crítica arquitectónica, el argentino cubano Roberto Segre; recorríamos El Prado cuando de pronto nos pide que paráramos el coche porque quería admirar unas casas de una arquitectura única que, por supuesto, le habían causado gran impacto. Lamentablemente, hoy esas viviendas ya no están más. Esa es la importancia de mantener el patrimonio arquitectónico”.
Luego de dos horas de intensa conversación recorriendo parte de la historia de Cochabamba, pregunto si es posible ser moderno resguardando el patrimonio. “Se puede y se debe serlo”, responde con absoluta certeza Mario Moscoso.
Los cinco arquitectos desean que esta publicación permita al lector reflexionar sobre el valor del patrimonio cultural, siendo el arquitectónico y urbanístico el más visible y, por tanto, el más importante de preservar.
Hoy como antes, los cochabambinos creemos de forma errónea que el desarrollo y la modernidad descansan en elevadas torres con vidrios espejados, restaurantes de franquicia internacional y jardines con objetos de “primicia” sudamericana. Hoy como antes, nos equivocamos. Ser modernos no es más que contar con los medios que faciliten una vida en condiciones óptimas de bienestar; ser modernos, también, es estar orgullosos de nuestra identidad individual pero sobre todo colectiva, esto implica, claro está, reconocer, resguardar y preservar las evidencias del pasado, trabajo de todos.
“Carlos Lavayén: “El patrimonio arquitectónico está hecho de lo bueno y de lo malo de cada momento histórico”
EL mARTadero, “UN PATRIMONIO LLENO DE NARRATIVAS”
Si hay un ejemplo de las posibilidades que permite la acción inteligente sobre el tiempo y su herencia, es lo que se ha logrado en el antiguo Matadero Municipal Modelo de Cochabamba, concluido en 1926.
El Matadero se cerró en 1992 por la presión del vecindario que pedía que el lugar se convirtiera en un centro deportivo y cultural al que llamarían 27 de Mayo; sin embargo, esta idea no llega a buen término. Mientras tanto el recinto se convertía, poco a poco, en depósito de alumbrado público y mobiliario Municipal.
En 2004, los vecinos y un conjunto de artistas liderados por Angélika Heckl y Fernando García solicitan a la Oficial Mayor de Cultura, Jenny Rivero, que el predio les fuera entregado en comodato. Un año más tarde, el matadero era concesionado bajo la figura de comodato a 30 años. Nace el mARTadero.
García, fundador y Director del mARTadero ha convertido un lugar en el que -literalmente- corría sangre y se escuchaba sufrimiento, en un espacio de gestión cultural que representa trabajo comunitario, voluntades en sintonía y una creatividad inagotable.
“El valor del mARTadero es que demuestra que el patrimonio sirve para ponerlo en función social; es una iniciativa de inteligencia colectiva y es muy ejemplar porque muestra que no siempre las iniciativas y apoyos se deben descargar en el poder público”, dice su Director para quien lo más importante es haber logrado resignificar un lugar de muerte en un lugar de vida.
Los trabajos de restauración se concentraron en tratar de mantener y recuperar la vieja arquitectura. Cautiva recorrer cada espacio y apreciar, por ejemplo, las piedras de la fachada norte “talladas” por la fuerza del afilado de los cuchillos con los que se carneaba el ganado; o las planchas de acero que protegían las esquinas de las paredes de la fricción de las sogas que conducían a las reses a su destino final.
Estas instalaciones han sido aprovechadas para el arte, para los artistas y también para quienes creen tener algún tipo de talento y no encuentran dónde descubrirlo y explotarlo; todos son bienvenidos.
El mARTadero tiene una residencia para invitados especiales, un café, salas de exposición, teatro, y talleres de arte. Dada la creatividad de sus fundadores, no extraña que estos ambientes hayan sido bautizados con nombres como “Chancho Pelado”, “Salas Viscerales” y “Carne Robada” entre otros títulos jocosos porque, ante todo y después de todo, lo que se trató de crear es un centro donde habiten la alegría, la esperanza, el trabajo en equipo y el arte…tanto arte como sea posible.
“Lo más interesante de este sitio es la gestión cultural; estamos proponiendo tecnologías sociales paralelas tanto en modos de organización como en modos de economía nueva colaborativa (…) nos mantenemos 12 años sin recibir ningún tipo de ayuda estatal”, cuenta orgulloso Fernando García.
20 colectivos de arte e identidad variable y el entusiasmo de su Director, un español enamorado de Bolivia, le dan vida a cada metro cuadrado del mARTadero, el mejor ejemplo para pensar y constatar la importancia del patrimonio arquitectónico.
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lunes, 9 de octubre de 2017
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